Crecer

Hace meses que no escribo. Me acuerdo cuando escribía sobre cómo me ayudaba pasar el bolígrafo por las hojas; sobre cómo eso me ayudaba a sanar las heridas. Una tiene que mirarlas para saber que están ahí y sangran.

A la luz de la distancia, los días en los que tomaba desesperadamente la pluma o la computadora se sienten siglos, pero en los días universitarios me doy cuenta que no era tan mala. Mi imaginación iba y venía en constantes ciclos de autoreflexión, nostalgia, melancolía y soledad.

Mi mamá decía que yo era muy rara, ahora no sé qué connotación tenga esa palabra. Sé que sentía el mundo diferente y era tan capaz de verlo de otra forma, una humana, sensible. Observaba los pequeños detalles sentada en un columpio.

Escribí acerca de eso, de cómo me parecía que la vida era igual a columpiarse. Lo descubrí un día yendo hacia su casa, columpiándome y sintiendo el gélido viento en mi rostro mientras alborotaba ese mechón rojizo que tuve, era tan joven.

La adultez no me sentó muy bien, es difícil describirlo, pero parece como si fuera otra persona. Olvidé sensaciones, renuncié a sueños, aprendí a cuidarme y perdí la esencia de sentir y observar.

Aunque muy en el interior sigo temiendo y añorando poder reír, llorar, soñar, sentir sin ninguna restricción. Sigo deseando encontrar un lugar seguro para volver a ser un poco quien era. Nunca me sentí especial, pero ahora que soy adulta me doy cuenta que al menos en el pasado era un poco más auténtica, más real.

Voy a cumplir 29 años y la verdad trato de contenerme para no temblar de miedo ¿qué he hecho? Me pregunto si mi yo de 22 años; mi yo de 18 años; mi yo de 16 años o mi yo de 9 años se sentiría decepcionada de la persona en la que me he convertido.

Ahora que he estado yendo a psicoanálisis siento que he escarbado en el pasado para unir las piezas que hace algunos años no podía encontrar o no se podía explicar. Eso, intentar explicarme lo que en el pasado dolía tanto ha sido un proceso complicado.

Ra-cio-na-li-zar. De eso se trata la adultez, es acerca de encontrar soluciones a problemas inmediatos; se trata de no tener tiempo para quebrarte y soltarte a llorar, se trata de seguir caminando como si realmente pareciera que tuvieras idea de lo que estás haciendo.

La juventud, en cambio, es sobre no explicarse nada y sentir. Cuando te permites sentir no se necesitan explicaciones, se comprende porque está ahí y es real aunque el resto no logre entenderlo, ni siquiera necesitas que lo entiendan.

¡Qué lejos se veía esta edad cuando cumplí 23 años! Mi cuerpo y mi mente estaban llenos de canciones tristes y palabras bonitas, pero melancólicas.

Aún me chocan mis cumpleaños. No soy tan real ahora, pero soy realista rayando en lo pesimista, e increíblemente la adultez solo acrecentó esa condición. Para mí, festejar el cumpleaños no es añadir un año, es restar un año a un “proyecto de vida” –palabras de adulto –restar un año al tiempo que tienes para alcanzar tus sueños que se ven más lejanos conforme vas creciendo.

Me di cuenta que me engañé, no transformé mi sueños, renuncié a ellos. Me vi obligada a buscar alternativas para poder vivir conmigo misma, para aguantar el día a día. No digo que los proyectos que deseo realizar ahora sean menores, pero no creo que sean sueños. Hay dentro de mi un yo que recuerda que sus sueños eran distintos.

No me importaba si me entendían, lo que sentía me invadía tanto que era abrumador y necesitaba expresarlo en un papel, en una foto, en un blog o en un dibujo.

Hace poco vi a Aurora en vivo y recordé lo que era tener su edad, pero sobre todo recordé lo importante que consideraba escucharme, sentirme y estar conmigo, revisarme, reflexionar e intentar poner en palabras, en fotos, en dibujos lo que sentía. Qué adulta tan increíblemente aburrida me volví, por eso me alejaron.

Es la primera vez en meses que el bolígrafo solo sigue y sigue sin distracciones, sin esfuerzo casi, sin la necesidad de detenerme porque no tiene sentido lo que escribo. Me siento como arrumbada y oxidada.

¿Cómo estás? Me preguntaron muchas veces hoy. Me di cuenta, de nuevo, que respondí automáticamente “bien”. Si fuera honesta y auténtica les diría que me siento arder por dentro. Me sentí así durante el recorrido a mi destino, absorta en las canciones que ¡al fin entendí!, al fin pude entender cada maldita estrofa. Dolió mucho.

Le escribí miles de entradas de blog a él, seguramente no se dio cuenta ni una sola vez. No, a diferencia de lo que creen no tengo un hoyo en el corazón y no soy tan fría e indiferente, aún así no consigo que se queden.

Como sea, cuando le escribí tanto me di cuenta que era la mejor forma de purgar ese sentimiento de rechazo, de tristeza, de dolor al pensar en cómo se puede desechar así a una persona o cómo puedes cumplir con las expectativas.

Sentí que eso era que te rompieran el corazón y ahora pienso: “¡ja! ¡sí, claro!”. Se siente igual y diferente, así de contradictorio. Me pongo a pensar y me pregunto si funcionara igual, si escribirlo y purgarme de ello con palabras servirá para sentir menos, si me ayudará a agilizar el proceso.

Hoy hice memoria de la experiencia pasada y, al final,  todas esas palabras que le dediqué, esas lágrimas, esos escalofríos nocturnos, esa añoranza de volver a platicar con él o volverlo a ver, se convirtieron en extrañas e impersonales interacciones en redes sociales. Solo quedan esas entradas en un viejo blog del que nunca recuperé la contraseña.

No me dolió recordar lo que sentí por él en su momento, me dolió imaginar que a eso se reduciría lo que siento ahora y, de verdad, lo mucho que siento ahora.

Pensaba en eso, mientras escuchaba canciones de Florence, esas que escuché cuando sentía que me apretaban el corazón para vaciarlo, esas que escuché una mañana nostálgica después de una noche de tormenta, con el viento pegando agresivamente en mi cara y las nubes cubriéndome.

Traté de pensar en que a eso se refería Florence, a esa oscuridad que antecede al amanecer ¿volvería a ser la misma?, ¿me haría esto más fuerte?, ¿el amor es esto?, ¿vivir es esto? Cuando todas estas preguntas me asaltan me quedó inmóvil y mi yo adulta no las puede responder, pero lamentablemente las lágrimas tampoco corren, me estoy marchitando.

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