Siempre en soledad

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Alguna vez escribí, cuando era más joven, algo que en ese momento era una conclusión lógica para mí: No habría buenas historias sin corazones rotos. Lo era porque, había tantas películas, libros, música escrita debido a ello, que debía ser un sentimiento con un gran poder de inducir a la “inspiración”.

Ahora que soy más grande me doy cuenta que, en realidad, vivimos con el corazón roto y vamos renaciendo de vez en vez. Quería iniciar con esto para platicar sobre el concierto de Florence + the machine. Necesitaba explicar cómo sus letras y su música te llegan directo al corazón.

Florence habla sobre el corazón roto y su música es destructiva y creadora a la vez, eso puede sonar muy extraño y contradictorio. Su música son relatos oscuros de lugares muy profundos a donde vamos, lugares fríos, solitarios y autodestructivos; y luego renace, la fuerza y la esperanza para regresar a la luz y lo que creemos.

Una siempre piensa que entiende las canciones, pero solo cuando todo lo que escuchas encaja como rompecabezas en el interior puedes comprender que eres parte del caos y la tranquilidad al mismo tiempo. Entonces llegan esos acordes con un tono de misticismo, como rituales y cánticos en un templo muy sagrado alejado de toda tormenta. Son oraciones, las canciones de Florence son oraciones.

Así que agradecí que me rompieran el corazón, una, otra y otra vez. Les agradecí a ellos por permitirme sentir y que sin los lugares en donde me colocaron yo no hubiera podido sentir; no hubiera podido sentir con tanta intensidad lo que sucedió el sábado pasado.

Escucharla en vivo se convierte en una travesía de sentimientos y emociones que hablan sobre nuestra hambre de soledad, el amor, sobre cómo recuperamos la esperanza y nos volvemos resilientes en nuestro dolor y la destrucción que ocasionamos en nosotros mismos.

Recuerdo mucho cuando salió su tercer disco y lo doloroso que, todavía, es escucharlo. Cada canción de ese disco es pelar las capas que encuentras en el desamor. Son como latidos fuertes y rápidos del corazón, por eso las percusiones suenan a desenfrenados intentos de querer seguir latiendo con ecos de desesperación por intentar entender, y es que así se siente, así me siento.

Florence nos enseñó a amar, nos enseñó a sentir, nos enseñó el dolor y nos envolvió en estrofas que no son necesarias interpretar, porque precisamente ella ha logrado colocar en música aquello que siempre nos cuesta trabajo explicar. Cuando no me alcanzan las palabras, ellas las invoca como en susurros y las convierte en obras de arte.

Algunas y algunos la han llamado una mágica bruja. Deberían verla moverse, danzar, brincar, mover sus manos, hechizándonos e invitándonos a sentir en cada poro tu voz, unirnos a ella, tomarnos de la mano, amar a la persona al lado de nosotros, entregándole un pedacito de nosotros, tanto o más de lo que ella nos regala en los suspiros de sus canciones.

No sé si hemos aprendido a amar, pero en el entendido que todas y todos tenemos formas distintas de amar, mi forma de amar es dar todo o nada. Como ella, no sé cómo hacerlo con moderación y es bueno saberlo, aunque también entenderé que todas, todas, todas las veces tienes que doler. Si no hubiera dolido, esas canciones no serían tan personales, no sentiría que remueven y acomodan, no sentiría de nuevo esa sed de querer sentir aún en la oscuridad. Tal vez, como dijo ella, estoy más cómoda en el caos.


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