Mi corazón late latinoamericano

“Hasta que la dignidad se haga costumbre”, dijo Estela Hernández, hija de Jacinta Francisco una de las tres indígenas hñáhñú que fueron acusadas de un crimen que no cometieron. Lo dijo en la ceremonia donde el Estado mexicano les pedía disculpas y que, en últimas fechas ha sido la costumbre del gobierno actual: pedir disculpas ¿y la justicia?

Hace mucho no escribía la rabia que cargo desde hace 8 años, desde que tuve que abrir lo ojos y, mire de cerca y de frente esta dolorosa realidad. No tenemos que verla a través de pantallas porque es una realidad que trastoca y que se impregna en nuestros poros, en nuestra alma.

Hace poco le recordaba a alguien que cuando era joven soñaba, ansiaba irme de este país, fantaseaba con recorrer aquellos países europeos, “civilizados”, ordenados, sin problemas sociales, con “oportunidades”. Después de tantos años no puedo hacerlo.

Mi corazón ya late aquí y se desangra en este país, en esta región. Haber nacido de las raíces y la tierra de donde proviene el aguacate y el maíz me hizo permanecer y latir acá. De está bucólica ciudad cuyo lago nos recuerda que hubo esplendor y que usurpamos su suelo en cada paso que damos.

No es un sentimiento nacionalista o patriótico, es un sentimiento de identidad y pertenencia. No es solo de este país que cada día derrama más sangre, que cada día duele más entre la indiferencia, la corrupción, la pobreza y la injusticia, es una región golpeada que late y en donde la misma sangre corre en caminos, selvas, bosques, playas, ríos que sufren lo mismo.

Esta región latinoamericana que sufre, lucha, resiste y siente con un mismo latido. Hablamos el mismo idioma y no es el español, es el idioma que habla el oprimido, el que ha sido condenado por el opresor durante décadas, hablamos el lenguaje de las dictaduras, los genocidios, los saqueos, la colonización y la injusticia, ¡la maldita injusticia!

Somos una región resiliente, acuñamos y somos la representación gráfica de esa palabra. Qué dicha y que tristeza ser resilientes porque nacemos en la adversidad, crecemos en ella y luchamos contra ella, pero sigue sin ser suficiente. Nos siguen doliendo nuestros muertos, nuestros desaparecidos y nuestros hermanas y hermanos indígenas.

Somos pueblo unido y dividido, lo que hace la lucha todavía más intensa, cruda y aplastante. Esas pequeñas diferencia son las que nuestros opresores hacen cada día más grandes para dividirnos sin darnos cuenta que son enormes y fuertes nuestras semejanzas.

Trastabillamos al vivir en está región tan apasionada, tan echada para adelante, pero tan golpeada y cansada. La consigna es la misma: justicia, justicia, justicia. No creo que en otros países, en otras regiones signifique lo mismo, aquí la justicia es lo único que se busca, es lo que nos mueve a pelear con uñas y dientes porque el miedo lo hemos perdido, porque cada vez el miedo se disuelve entre el polvo y la arena entre la que nos quieren enterrar.

No puedo verme en otro lugar, mi corazón ya late aquí, ya siente aquí, en la tierra, en el aire, en el mar, en los ríos, en la gente luchando, en las mujeres peleando, aquí es donde yace mi corazón latinoamericano.

«Máteme de frente porque quiero ver tu cara cuando te perdone» leí en una pared cuando recién aterricé en Santiago de Chile, el miedo se pierde y la sed de justicia seguirá cultivándose en Latinoamérica, aun si tenemos que dar la vida por ello, aun si mi corazón dejará de latir.


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