Era 2010 cuando compré un boleto para la primera edición del Corona Capital. Era todo un descubrimiento, había ido a conciertos, pero nunca antes a un festival. Aunque ya existía el Vive Latino, no había asistido porque no era el tipo de música que me gustaba, por eso cuando anunciaron el cartel para el Corona Capital fue una emoción total.
Hace poco redescubrí un blog que empecé a escribir hace más de 10 años. Ahí se encuentra mi primera reseña del Corona Capital. Relaté mi descubrimiento sobre los hipsters a los que llamé en ese momento: güeros menonitas vende quesos, lo que ahora denominaríamos los whitexicans.
Conté cómo fue encontrar a Two Door Cinema Club, emocionarnos con The Temper Trap, casi morir con Regina Spektor y extasiarme con la primera vez que vi a Interpol. Y pasaron 10 años en los que asistí a cada una de las ediciones, enojándome con unas, yendo con distintas personas, con amigas, con amigos, con mi familia…pasaron 10 años.
Podría explayarme relatando las dificultades o todo lo que ha cambiado el festival en estos años, pero es algo que pueden encontrar en redes sociales. La experiencia ha cambiado muchísimo con el paso del tiempo, no sé si se transforma o significa otra cosa.
En blogs anteriores he intentado explicar lo que la música significa para mí. Quienes me rodean, algunos, no se encuentran explicación sobre mi fascinación por ir a conciertos, por ir a lugares donde te aplastan, donde tienes que soportar a multitudes y quedarte parada horas. Y no, no es algo que particularmente me guste, pero la música va más allá.
Hace poco leí un texto de una mujer que co fundó un podcast, que se llama Lo que callamos las Violetas, escribió sobre Keane y cómo su música la ‘salvó’. Al leerlo encontré que al fin alguien había entendido lo que pase años tratando de explicar. La música me rescató de lugares muy oscuros, la música me acompañó cuando nadie más estaba a mi lado. Por eso voy a los conciertos.
También, descubrí que otra de las razones por las que asistía a conciertos es porque crecí muy contenida. Contenía emociones, llanto, risas, gritos, bailes y, en los conciertos, encontré el lugar y el momento para no contenerme. Los conciertos eran mi punto de fuga para sacar todas las tensiones, la tristeza, el enojo, la emoción y transformarlo en algo hermoso.
Últimamente me he sentido perdida, me he sentido insatisfecha e insuficiente en muchos sentidos. Este año que he ido a otros conciertos me he dado cuenta que no siento lo mismo, es como marchitarse. Me ha dado muchísima tristeza porque es una de las razones que me motivaban. Por otra parte, creo que es parte de ya no contenerme, de llorar cuando tengo que hacerlo, de reír cuando me dan ganas, de enojarme y decir el motivo de mi molestia.
Pasaron 10 años y el Corona Capital le atinó a pegarle a la nostalgia. No era muy difícil adivinar que eso iba a ser exitoso, esta generación apela mucho a la nostalgia, me atrevería a decir que mucho más que generaciones anteriores. Estamos tan cansados, tan temerosos, tan agobiados que recordar el pasado nos da cuerda para añorar nuestra juventud y la idea de que antes éramos mejores.
Esta edición del Corona Capital fue como si hubieran tomado una playlist que hice cuando tenía 17 años y la tocaran en vivo. Fue un golpe directo a la melancolía y las ganas de volver al pasado. Si tan solo pudiéramos volver.
Así que vi a Travis y confirmo todas las veces que me hacen chiquitito el corazón. Van a pasar los años y sus canciones me van a reafirmar todas esas ideas con las que lloré al pie de mi cama en las madrugadas tantas veces. Tal vez siempre llueve sobre mí porque mentí a los 17 años. Escucharlos estando tan cerca de los temidos treintas solo logró hacerme pedazos al escuchar a Fran cantar que «quiero sentir lo que sentía antes…si tan solo pudiéramos volver».
Luego, como en esos tiempos donde éramos muy jóvenes, brincábamos en los charcos bajo la lluvia, usábamos converse sucios y rotos; pantalones muy entubados; comíamos papitas con coca-cola y nos pasábamos canciones por infrarojo, vi a Franz Ferdinand y The Strokes. Los últimos solo tocaron canciones de sus tres primeros discos, la sensación de nostalgia fue tanta, que de verdad, sentí que el lunes debía de levantarme para ir a la escuela, ojalá mi espalda hubiera respondido igual.
En la espera para ver a los Strokes, escuché a lo lejos a Two Door Cinema Club, recordé cuando los descubrí en ese primer Corona Capital. Tocaron a las 2 de la tarde, era mucho más joven, estaba en la universidad y me engancharon en la primera canción. Two Door Cinema Club fue de las últimas bandas ‘recientes’ que me atreví a escuchar.
Al día siguiente, planeaba ver a The Raconteurs y a Bloc Party que forman parte fundamental en mi adolescencia y mis primeros años de adulta, pero mis ya avanzados años de adulta me dijeron que no, que la espalda me mataba tanto que sería mejor ir directamente al show que me interesaba y el decisivo para ir este año al festival.
Con el paso del tiempo he encontrado que pelear por la falta de empatía y comprensión del otro me ha desgastado muchísimo. Explicarles por qué me gusta ir a conciertos, por qué me gusta lo que me gusta me cansó. Pase tiempo de mi vida desperdiciado intentado justificar mi gusto musical como si todo el tiempo estuviera en una corte.
Fui a ver a Keane. Aunque quisiera perder el tiempo explicándoles, no me alcanzarían las palabras. Keane me destrozó por completo, como si estuviera hecha de cristal y llegaran con un martillo a romperme. Keane era de esas bandas que los ‘cool’, los ‘sabiondos’ en música me recriminaban por escuchar. ¡Qué flojera Keane!, me dijeron innumerables veces.
Y ahí entre toda esa multitud estaban ellos, ahora 4 músicos, tocando canciones que fueron parte indispensable en mi vida. Tocando la música que no me soltó y que me ayudó a entender cómo me sentía, me dieron la emoción y las palabras para comprender eso que me rehusaba a sentir porque crecí contenida.
Así que lloré y lloré porque me recordaba a mi misma a los 14 años, a los 16 años gritando en llanto desconsolada porque me sentía sola. Aun años después cuando tuve perdidas, las canciones de Under the iron sea me ayudaron a superar momentos complicadísimos. Parece increíble que después de más de 10 años su música me siga moviendo de esa manera.
No sé si ya me jubilé para los conciertos o, más bien, para los festivales. Acabe agotadísima de múltiples formas, física y emocionalmente. Me da miedo pensar que estoy lo suficientemente muerta por dentro para ya no tener esa emoción en los conciertos. Nunca, en serio, nunca me emocionó estar en multitudes, me costó mucho desinhibirme al lado de extraños, me costó aún más llorar frente a ellos, pero luego esa era mi dosis requerida para sobrevivir.
Mientras tocaba Franz Ferdinand volteé a mi derecha y vi un chavito de unos 14 o 15 años, emocionado, cantando con todas sus fuerzas, haciendo las maniobras de guitarra que todos hicimos frente al espejo alguna vez, brincando, exudando energía. ‘Así era yo’, pensé, sentí algo raro en el pecho otra vez y me repetía a mi misma que no podía estar así de triste, de cansada para ver la imagen de ese chico tan lejana y extraña a mí.
En el primer blog que tuve escribí sobre las tres primeras ediciones del festival, luego dejé de escribir. Crecí, entré a trabajar, me mude de casa de mis padres, crecí, crecí, envejecí. Diez años pasaron tan rápido, pasaron tantas cosas.
Era 2010 cuando anunciaron un cartel para un festival que nadie conocía. El boleto nos costó 450 pesos, no sabíamos qué era un festival de música, éramos jóvenes, yo iba a la mitad de la carrera, no tenía ni veinte años, la vida era muy distinta. Yo rescató que esos niños a los que creo, alguna vez les impuse mi música, los obligué a escuchar a Franz Ferdinand, The Strokes, Bloc Party, Interpol, Travis, Keane hubieran ido a escuchar las canciones con las que crecimos y los hicieran emocionarse hasta las lágrimas, después de todo crecer es muy difícil.

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