Hace unos meses salió el hashtag en Twitter “mártires de Starbucks”. Se refería a la tendencia en redes sociales que se desencadenó después de que una alumna del ITAM decidiera suicidarse a consecuencia del grado de estrés y presión social que la escuela ejercía sobre ella.
Hay muchísimas aristas de dónde abordar el tema. Una de ellas, puede ser las exigencias académicas que se les pide a las y los estudiantes que, en la mayoría de las veces, son extremadamente absurdas. Otra que salió a relucir fue la enorme falta de empatía de las personas, comentando que la chica era débil, que no era para tanto, que nos quejábamos demasiado y que de todo nos “ofendemos”.
Hay una serie en Netflix llamada “Explained”, en un capítulo hablan sobre lo que llamamos “políticamente correcto”. Abordan cómo se creó el término, qué significa, pero lo que más me llamó la atención es lo que dice en la narración hacia el final del episodio: <<Mientras las culturas cambian y nuevos grupos ganan poder, empujan a las sociedades a reprensar su lenguaje, sus símbolos y tradiciones […] La corrección política de una persona, es el signo de progreso de otra>>.
Por qué mencionar lo anterior, porque irónicamente han sido las generaciones del pasado quienes se han ofendido por temas como el lenguaje inclusivo, los matrimonios igualitarios, el feminismo, el acceso a la paridad salarial e incluso los derechos humanos. No se dan cuenta de que lo que nos ofende y ellos y ellas consideran “ridículo”, puede significar un paso gigantesco para grupos que históricamente han sido oprimidos.
Esos son algunas puntos que salieron a relucir durante las discusiones sobre nuestro exceso de sensibilidad ante un mundo cada vez más hostil. Pero lo que me llevó a pensar en el tema es la falta que nos hace hablar más sobre salud mental como un problema de sanidad pública, en donde son necesarias sí o sí iniciativas y políticas.
En el pasado, siendo mucho más joven, pensaba que ir al psicólogo era una pérdida de tiempo, que una se va “recuperando” o “superando” las afrentas de la vida por si sola. También creía que ir con especialistas de la salud mental era sinónimo de estar loca o ser débil de mente. Debemos tirar estas concepciones.
Hablar abiertamente de nuestra salud mental fue un cliché para nuestras y nuestros abuelos, para nuestros padres y madres e incluso para nuestras hermanas y hermanos. Y para nada les estoy echando la culpa acá, pero el mundo tendría mucho más empatía si esas generaciones no fueran inhabilitados emocionales y hubieran podido ser vocales sobre sufrir depresión, ansiedad, ataques de pánico o bipolaridad.
¿Recuerdan también el debate que hubo cuando la actriz, Bárbara Del Regil, dijo que se alejaran de las “personas tóxicas” que todo el tiempo se la pasan quejándose de sus problemas? Justo de esos estereotipos hay que salirnos, esos muros hay que romper.
¿Qué pasaría si cambiáramos la narrativa? Si en lugar de llamar tóxicas a las personas que transmiten sus sentimientos, no solo los buenos, sino los que las hacen sufrir y atormentan, brindáramos apoyo, tuviéramos empatía y fuéramos un soporte emocional. En esos casos las personas como la señora Bárbara Del Regil serían las tóxicas al pensar que en nuestra vida solo podemos ser positivos y pasarla bien.
Decirle a una persona que sufre ansiedad o depresión que “supere” sus problemas no va a hacer que desaparezca su trastorno mental. Decirle que se sienta bien, que piense positivo, que sea feliz y que le eche ganas no hará que el sentimiento de vacío, inseguridad y lo que ocurre en su cabeza se disperse mágicamente, todo lo contario, será mucho peor.
Tenemos la responsabilidad, como sociedad e individuos, debemos asumirla. No se vale decir que desconocemos o es mejor no hablarlo. No entender por lo que atraviesa una persona con un problema de salud mental no es excusa para no cuidarnos entre nosotras y nosotros emocionalmente. Las consecuencias se ven todos los días y son trágicas como el hecho de que un niño de 12 años entró con armas a su escuela a abrir fuego contra profesoras, profesores, alumnas y alumnos.
Si no sabes por lo que pasa tu amiga, tu amigo, tu hermana, tu hermano, tu prima, tu compañera de trabajo, ¡investiga!, pregúntale cómo puedes ayudarle, pero no asumas que es una decisión personal y privada solo sentirse mal. Querer a una persona que sufre de algún problema de salud mental no es sencillo, parece ser una montaña rusa y no sabes qué día puede ser bueno o malo, pero creo que todas y todos coincidimos con que vale la pena.
Hablemos de cómo nos sentimos, dejemos de asumir que la otra persona se siente de tal o cual forma solo por lo que vemos, seamos empáticos y dejemos de llamarnos tóxicos solo por el hecho de expresar inconformidad. Personalmente, creo que la inconformidad bien canalizada nos lleva a lugares de innovación y de mucha creatividad. El conformismo, por otro lado, nos lleva a estar donde estamos.
Decirle como consejo a otra persona que no le afecte lo que pase o lo que le digan es absurdo. Una puede encontrar las herramientas para hacer frente a las situaciones, pero ¿qué no nos afecte?, como si no fuéramos humanos, como si la cualidad de ser dominante, poderosa o poderoso y fuerte radicara en el hecho de despojarte de tus sentimientos. Como resultado: hombres al poder sin escrúpulos, sin sensibilidad, poco maduros y sin inteligencia emocional.
Hablemos de salud mental, aprendamos a escuchar.

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