Formas de gritar tu nombre

Hace unas semanas preguntaba en mis redes sociales a las mujeres que tengo como contactos sobre cómo gestionan el miedo de vivir en este país. A mí, ya me está sobrepasando. Una no es tan consciente del impacto que tiene en nuestras vidas esta violencia, va escalando. No solo se queda en los horribles titulares de los periódicos que nos replican el mismo mensaje: no eres libre.

El miedo no se va a ir. ¿Cómo hacer para que deje de paralizarte y no te impida vivir? Pienso que toda mi vida he sentido miedo; algunas veces ocasionado por las dudas existenciales, pero esta vez, el miedo deriva de la conclusión de que, irremediablemente, algo malo les pasará a mis amigas o a mí.

Los daños emocionales que trae consigo el sentir y pensar que somos la siguiente en una numeralia del terror, causa también afectaciones físicas que pocas veces logramos decir en voz alta. Parece casi imposible, ora traer a nuestras vidas un poco de luz, ora no sentirnos culpables porque reímos o disfrutamos cuando hay tantas que no lograron hacerlo.

Me fastidia repetir esa sentencia como mantra: cada día en México once mujeres son asesinadas. No es solo porque es un número que tenemos casi tatuado en nuestra psique al salir a la calle todos los días. También, porque nosotras nombramos una estadística esperando no pertenecer a ella.

Continuamos enunciando una y otra vez la forma en la que a nuestras compañeras les arrebataron la vida.  Lo hacemos para intentar causar empatía en el otro (hombre), porque a nosotras, sin importar nuestras diferencias, nos duele de la misma manera. Ese método, es muy parecido al que utilizamos cuando viajamos en un taxi y comenzamos a hablar con el conductor, esperando que simpatice con nosotras o le recordemos a su madre, hermana o hija y decida ese día dejarnos con vida.

Como esa, las mujeres nos hemos hecho de infinitas tácticas y herramientas para sobrevivir en un país que nos recuerda, todos los días, que no tenemos derecho a vivir. Además, por si fuera poco, nos la pasamos aleccionado a otras mujeres más jóvenes, compartiéndoles el listado de situaciones a las que deben estar alertas.

Al final del día, vivir en esta guerra que nos han impuesto los hombres nos deja agotadas. Subir a un auto y llegar a casa a salvo, sin haberle compartido el viaje a nuestras amigas, casi se siente como un acto de rebeldía. Pero luego viene esas otras batallas no solicitadas en los espacios privados.

Luchamos, ¿realmente luchamos? Porque a mí, me da la sensación de tener solo una armadura para amortiguar los golpes y sobrevivir. No quiero librar una batalla porque la vida no debería ser eso.

Todavía no tengo la respuesta a la pregunta que formule al inicio: cómo gestionar el miedo, junto con las otras tantas emociones que nos vemos forzadas a administrar por el temor (otra vez) a que se nos desborden y nos impidan ser humanas funcionales.

No tengo la solución a la ansiedad por las noches; a la taquicardia que me generan los ruidos en la madrugada; a los sueños vívidos consecuencia de los titulares violentos; del llanto a todas horas al recorrer las redes sociales viendo los rostros de todas las mujeres desaparecidas; al dolor de cuello, de espalda, de cabeza, del alma y del corazón. No sé, supongo que alguna pastilla, té o ejercicios de relajación servirán, de vez en cuando, para las dolencias físicas.

Mientras tanto, para el sufrimiento espiritual he encontrado que cada vez que nos reunimos, cada que veo a una mujer viviendo y disfrutando esta vida siento que no estoy librando una guerra. Hago rituales y ceremonias de sanación al escuchar las voces de las mujeres que tanto admiro, en la música que me alivia esos padecimientos que los años me han dejado.

Resistir a través de nuestra felicidad y nuestro poder de creación me parece una de las formas más sensatas de vivir esta vida, y de honrar a todas las mujeres que nos han arrebatado. Sin duda, esta propuesta no exime de la responsabilidad y la culpa a un Estado al que le importa poco nuestras vidas; pero de alguna manera renunciamos al estado bélico en el que el patriarcado nos ha posicionado.   

Tal vez, vivir implique trabajar en las inseguridades, en el miedo, en la tristeza y la depresión. Probablemente, suponga momentos de oscuridad, cansancio y malhumor, pero vivir también significa que la sonrisa te llegue a los ojos otra vez. Vivir bailando, cantando, saltando, sintiendo escalofríos con el roce del viento en la piel y abochornarse por el sol que calienta nuestros rostros.

De nuevo, ¿cómo gestionar el miedo? No lo sé. Un día me acosté en la cama con mi hermana, me abrazó y acarició mi pelo después de haber pasado una noche terrible en vela llena de ansiedad y miedo. Quizá, uno de los remedios a esa violencia ponzoñosa que envenena el cuerpo seamos nosotras mismas, sea nuestra propia existencia y la forma en la que trascendemos con otras mujeres.

Algunas marchan, otras queman, otras pintan, otras escribimos, otras bailan, otras cantan, pero no importa, mujer. Todo eso que hicimos y seguiremos haciendo es solo otra forma de gritar tu nombre para que siempre estés presente y existas eternamente.  

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