Sueños

Hace mucho que la necesidad de soltar la mano para dejar acá toda la porquería que me consume, no aparecía. El bloqueo del escritor, le dicen, pero yo no soy escritora. Solo me gusta ver las grecas, que no puedo llamar caligrafía, aparecen en las hojas. Es fascinante cómo se impregnan la tinta. El pensamiento se queda acá en una suerte de pequeña inmortalidad de lo que se supone que soy.

El mundo es un lugar hostil, repito como mantra. Trato de recordar para mí misma que los cuchillos que siento clavándose y los demonios danzando en mi cabeza serán estigmatizados por los otros. Ellos y yo condenaremos a mis demonios, les pondrán etiquetas a un sentir que viene desde el fondo de una, dos, tres o más heridas que aún no logro descubrir, pero están ahí.

No recuerdo ser muy diferente. Todo lo sentía así, intensamente, como quién no quiere la cosa. Las lágrimas se convirtieron, en algún momento, en el bálsamo sagrado del alma; pero luego, mientras los dolores aumentaban, se convirtieron en ácido.

Siempre fui melancólica, aunque en el pasado también sufría, también dolía, también se sentía ese pesado tabique en el pecho.

Últimamente, he pensado mucho en los sueños, sobre todo, en los que tenía cuando era demasiado joven. Cuando se sentía como si tuviera todo el tiempo del mundo.

En aquella soledad de la adolescencia me di cuenta que los sueños llenaron ese vacío. Pienso que la causa de mi miseria y de mi infelicidad constante es debido a que soñé demasiado.

Ese sueño me hizo volar, me inspiraba e inyectaba de vida. Ha sido la imposibilidad de cumplir ese sueño lo que, irónicamente, me ancla los pies en tierra firme. Eso y el tiempo despiadado, el reloj de esta sociedad a la que me encantaría renunciar.

Lo que voy a relatar es demasiado estúpido. Cuando era muy joven siempre tuve ensoñaciones donde me veía siendo amiga de las personas que más admiraba: músicos, actrices, actores, escritores o escritoras. Codeándome con esas personas y que apreciaran aquello «artístico» que pensaba podía ser mi don o mi talento, tal como las que ellos y ellas poseían. Me pasaba más con los músicos quienes me parecían un poco más sensatos con eso de expresar sus sentimientos.

Me imaginaba compartiendo con ellos una comida; hablando con ellos tras bambalinas y me veía a la edad que tengo ahora, o algo parecido, ya que nunca pensé demasiado en el futuro después de los veinte.

Hace unos días volví a tener esas ensoñaciones y me aterró lo enormemente ridículo que parecía. Ya no era tan joven en ese retrato ficticio. Tendría que tener unos cuarenta o cincuenta porque a esta edad no lo había logrado, ¿qué? Ni siquiera lo sé ahora, solo sé que ya era muy tarde porque las personas a las que admiraba a mis dieciséis o diecisiete años, ahora se acercan más a los sesenta años.

Otra vez, entendí que el tiempo era cruel con todos, aunque quizá no significara lo mismo para quienes habitamos este espacio-tiempo.

Cuando me di cuenta que no cumplir el sueño se hacía cada vez más real me prohibí soñar, aunque eso no terminó con las fantasías, esas se quedan para torturarme de vez en cuando. Ahora, solo no tengo la capacidad de soñar, probablemente, eso sea solo para los adolescentes y los más jóvenes.

Hoy me arranqué desesperadamente cinco canas, a pesar de que me dije a mí misma que las aceptaría cuando llegaran. Y aunque el tiempo sea una convención social de un mundo hostil que rechazo y me rechaza, me ciño a él todos los días porque nadar contra corriente es muy cansado.

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