Ayer en la noche vi un video de cómo un niño recibió unos boletos para ver a Coldplay en concierto. Se emociona y empieza a llorar, mientras agradece a sus padres. Es imposible no llorar con su reacción, pero a mi me detonó otros recuerdos y pensamientos. Quisiera decirle a ese niño: disfrútalo, ese momento no va a regresar.
No es un secreto, fui ferviente y loca admiradora de Coldplay desde los trece años hasta los veintipocos. Chris Martin y compañía tenían mi edad actual cuando yo hablaba de ellos todo el tiempo. Esa época donde el futuro no importaba y se veía tan lejano ser adulta.
Hace casi veinte años su música me acompañó y sus letras me hicieron comprender que sentir no es malo, pero era demasiado para lidiar con ello sola. Ser su fan me trajo experiencias hermosas, conocí a personas bellas gracias a una no muy sana relación con la banda. Trajeron momentos importantes a mi vida, pero dejé de ser esa adolescente, de ser esa persona. Crecer es muy difícil, ya no soy esa adolescente apasionada.
En aquel entonces tenía otros sueños, otras opiniones, ciertamente, no pensaba en el futuro, no sabía qué o quién deseaba ser, me preocuparía por eso después. En el papel de una libreta en 2003, escribí una meta o un sueño: no importaba mi ocupación o profesión cuando fuera “grande” o cómo lo conseguiría, pero iría a ver a Coldplay a cualquier parte del mundo.
Si llegaba a esa meta siendo mesera, secretaria (como quería mi mamá), científica, cajera, barrendera, eso no era relevante; trabajaría lo suficiente para poderme costear un ticket para su concierto y otro par para viajar hasta donde fuera necesario.
A esa edad, sin embargo, ya sabía que tenía que trabajar mucho para conseguir esos sueños. Nunca me faltó nada de lo básico en casa, pero mis padres no podían pagar aquellos “lujos” innecesarios para mi formación personal como clases de guitarra o clases de pintura. Había que ser prácticos, por eso me metí al taller de taquimecanografía en lugar de dibujo técnico. Para lograr tener el lujo que significaba cumplir mi meta se tenía que trabajar y mucho.
Lo hice y lo hago. Trabajo mucho, lo digo no con falsa modestia, no podría imaginar de adolescente cuánto he trabajado. La salud me ha costado un par de ocasiones por trabajar, trabajar y trabajar, para poder sobrevivir. Trabajé para poder pagar los conciertos siguientes a los que deseé o soñé con ir y me permitieron sentirme viva. Sigo trabajando mucho para absolutamente ningún sueño y ninguna meta y eso ha sido lo más doloroso para mí.
Defraudé a la niña que soñaba despierta y eso me rompe el corazón. Quisiera explicarle lo difícil que ha sido renunciar a todo; contarle que solemos no vivir, sino sobrevivir y decirle sobre cómo el trabajo arduo y cansado nos tiene temblando contra la pared por el miedo al fracaso. El estrés y la ansiedad me carcomen todos los días y me hacen preguntarme por un futuro donde la preocupación no es si podré comprar un boleto para Coldplay sino si podré pagar una renta, comida o transporte.
Los sueños siguieron siendo un lujo que no me pude dar, trabajar duro para los demás se hizo prioridad. En la adultez no he trabajado tanto por mis sueños, si es que todavía me queda alguno. Me siento despojada, como si hubieran entrado a saquear mi interior.
También, el estrés y la ansiedad dejaron huellas en el cuerpo. Mi generación bromea con la muerte, pero somos más propensas y propensos a ella de lo que nos gustaría admitir. La psique y el cuerpo se debilitan ante la realidad de la que tanto nos gusta escapar con el internet, la música, las películas, las series y otras cosas. Nos enseñaron a trabajar mucho, pero pocas y pocos se atrevieron a trabajar así en sus sueños.
La vida es corta y no hay otra generación que lo sepa tan bien como la nuestra. Las enfermedades nos alcanzan y nos preguntamos: “¿esto que hago, realmente, vale la pena?”, mientras recordamos que ya hemos recorrido cinco o diez años así, con la misma pregunta, cerca del abismo de la enfermedad o la existencia misma.
No me mal entiendan, en efecto, la vida es corta, pero suelo valorarla en circunstancias extremas. En la vida cotidiana sólo existo y sobrevivo trabajando mucho y duro para pagar mi existencia. No me interesa ser inmortal, pero ya lo somos de alguna forma no solicitada.
Hace poco me salieron recuerdos de pedazos de mí que esparcí en el universo virtual de las plataformas, ahí nos hicieron inmortales e imborrables. Esos pensamientos no desaparecerán y, de hecho, se usan en nuestros juicios virtuales y escarnios públicos de la posmodernidad en redes sociales, a pesar de que muchas veces esas personas ya no somos nosotras o nosotros. Ya no somos.
No me hace falta vida sino tiempo para hacer todo lo queme gustaría o me gustaba. No tengo interés de trascender, me gustaría existir viviendo de verdad. Eso sí, con el trabajo duro me pude pagar algunos momentos de felicidad. En los recuerdos de las redes sociales leí sobre una vez donde enlisté los conciertos a los queme faltaba asistir.
I’ve seen it all, cantó Björk, los he visto todos y no sé si me falta alguien más o algo más por ver. Honestamente, la llama se extingue, esa que me recordó a mí misma con la reacción del niño. Llegará mañana, el siguiente año y trabajaré, trabajaré y trabajaré como lo he hecho en los últimos nueve años para existir. Qué terrible el destino y qué miedo da el futuro.
Un par de años después de escribir en ese diario aquella meta de ir a ver a Coldplay en vivo, y luego de hacer mil locuras por ellos, los vi en mi país y ciudad en 2007. Ese es hasta el día de hoy, y a pesar de que ya no me gusta nada su música, uno de los días más bonitos de mi existencia. Seguro lo será también para ese niño y sus padres quienes tuvieron a bien proteger los sueños de su hijo.
Ir a ese concierto de Coldplay ha sido la única meta que he podido cumplir, lo demás han sido deberes y responsabilidades de la edad.
Quedaba una meta más de joven: ir al festival Glastonbury cuando cumpliera treinta. Los cumplí, llegó una pandemia y con todo y el trabajo que he hecho si se hubiera podido tampoco lo hubiera logrado. Yo creo que ya estoy muy vieja para acampar en el lodo.
No hay aprendizaje en esto. Otro año se va como ráfaga, sigo cumpliendo años, trabajando mucho, estresándome, sintiendo ansiedad, miedo, no creo que sea muy distinto el siguiente año; seguiré existiendo o intentándolo con una pandemia, el calentamiento global y la crisis económica…intentando, sólo intentando.

Deja un comentario