Preocupaciones

Recientemente alguien me dijo: “la situación está muy difícil, pero, en serio, compra oro, tu dinero ahorrado se va a devaluar”. Un sentimiento se apoderó de mí, uno que ya es bastante conocido últimamente. Empecé a llorar. “En serio”, en serio está mal, en serio hay que preocuparnos, en serio hay que hacer, en serio, en serio. Cómo si no lo supiera, cómo si no despertara y durmiera preocupada por el futuro.

Hay veces que pienso que lo mejor sería que se acabara el mundo porque estas preocupaciones del mundo de los hombres me parecen una carga cada vez más difícil de sobrellevar. Preocupada por comer, por pagar las cuentas, por llegar temprano, por entregar cosas, por trabajar, por ocuparse de los otros, por estar al pendiente de otros, preocupada por mi salud, preocupada por no enfermar, preocupada porque no dejo de llorar, ni de sentirme así. ¿Qué clase de vida es esta?

No me preocupaba por el futuro de niña. No sabía qué quería “ser de grande” o qué haría. De niña la única meta que tenía por cumplir era llegar a la universidad, así a secas. La preocupación era la escuela, mi sed de agradar y que reconocieran el esfuerzo gigante que hacía porque siempre fui introvertida, solitaria y tenía mucho miedo. Preocupada por sacar diez de calificación para que mis padres se sintieran orgullosos, pero no sé si actualmente yo me siento orgullosa de lo que he hecho y de lo que he tenido que abandonar para ser esto. 

Me recuerdo poniendo obsesivamente chaquiras en el mapa de Estados Unidos para que me reconocieran el esfuerzo. Desvelarme memorizando procesos matemáticos que no logré comprender, memorizando fechas de acontecimientos históricos que nadie recuerda, dibujando y coloreando esquemas, haciendo márgenes a los cuadernos que ya tenían márgenes. Es lo que he hecho toda mi vida, intentar e intentar esforzarme para tener mi estrellita en la frente.

No me hago más joven, al contrario, los cabellos grises comienzan a asomarse, el cuerpo reclama por una comida grasosa, un día de sedentarismo, reclama el cuerpo por no ponerle atención, por las náuseas horribles que le anteceden al ataque de pánico, por la vista cansada y el aumento de la graduación en los lentes de una niña que tenía “vista de águila”. 

Cómo se puede gozar una vida cuando se está en constante preocupación y miedo sobre el futuro. Live fast, die young, qué otra cosa nos queda, pero hay que preocuparse por el ahorro, por no contraer una enfermedad mortal, por el techo en el cual vivir, por la siguiente renta, la despensa de la siguiente semana, por el estado de cuenta del siguiente mes. Para ser personas que moriremos jóvenes nos preocupamos demasiado por el qué pasará.

Yo espero no vivir mucho, la verdad. Otros diez o veinte años de esta ansiedad maldita e incertidumbre del futuro serían demasiado. Qué difícil vivir el presente si estás tan ocupada para pensar en mañana, en lo temprano que tienes que despertarte, en las pocas horas que vas a dormir porque no puedes conciliar el sueño, en lo poco que descansaste y en lo mucho que tienes por hacer. 

Los días se van haciendo cortitos porque las tareas se acumulan en listas, libretas, calendarios y alarmas. Luego, te sientes culpable por ocupar el poco tiempo que te queda en no hacer algo productivo, algo creativo cuando tu cerebro ya no puede pensar más.

Hace poco descubrí que casi no tomo días libres y que, a veces, ocupo los días libres para trabajar o para dormir lo que no puedo dormir en la semana, ¿cómo se goza una vida así? Viendo cómo los que dicen ser los mejores años de tu vida se te escapan en una ráfaga de viento. Al final, sigo siendo aquella niña obsesionada con conseguir un diez, porque un día me digan “qué bien te quedó esto, se ve bonito el color”. Esas migajas de reconocimiento son la paga simbólica de dolores de espalda, bloqueos creativos, vacíos existenciales, frente a las innumerables correcciones y reclamos por no hacer algo bien o no ser suficiente.

No siento emoción, nada me emociona, pero tengo mucho miedo porque hay que preocuparse por el planeta, por el agua, por los animales, por las injusticias, por las guerras, por la economía, por las epidemias, por sobrevivir. 

¿Será cierto eso que canta Aurora “un día la vida será amable”? Cuando habrá más que sólo rayos de felicidad o alegría que hoy son eclipsados por malas noticias, cuándo los días alegres le ganarán la batalla a los días grises, de enojo, desazón y ansiedad.

Hace poco vi una publicación de un medio que daba consejos para combatir el burnout porque ahora nos llenamos de consejos para subsistir a esta existencia. En lugar de dar soluciones para no permitir que la gente llegue a esos niveles de cansancio. Los consejos eran básicamente una lista de cosas que te culpaban por estar agotada mentalmente: planea tu día, ponte cómoda, respira, relájate. Claro, cómo no había pensando en esos consejos, cómo es que no se me había ocurrido planear mi día, pensar hoy qué tengo que hacer mañana, pasado mañana o la siguiente semana, cómo no se me había ocurrido decirle a esta ciudad que se callara para dejarme concentrar o aprender a respirar.

Qué condescendientes estamos siendo, pero no encuentro una solución, sólo atisbos de desconexión que me hacen sacar una sonrisa antes de llorar de nuevo. Esperando a que un día la vida sea amable. En serio, en serio, me preocupo, pero no sé si me cabe una preocupación más en mi sistema porque intento malabarear ocupando todo, todo, todo mi tiempo atendiendo las preocupaciones.

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