Love’s the greatest thing

For the way I feel about you
Paradise not lost, it’s in you
On a permanent basis
I apologize
But I am going to sing

Hallelujah
Sing it out loud and sing it to you

Under the Westway, Blur

Relatos de una amistad

Octubre

Era uno de los últimos días de otoño. Algo tenía esa estación que nos traía nostalgia, frío y abrigos en los colores oscuros que tanto nos gustaban. Aquí no caían las hojas dramáticamente como en esos lugares que retrataban las películas, pero sí había hojas secas en el piso: parecía inevitable pisarlas y deleitarse con el crujir bajo los pies.

El viento volvió a soplar y tomé con fuerza el abrigo para arroparme más. Tiritaba, pero no podía determinar si era debido al frío o los nervios. Mi estómago comenzó a hacerse nudo y me arrepentí del almuerzo pesado que había ingerido unas horas antes. Aquella señal del estómago me confirmó que eran nervios lo que sentía.

Quedamos de acuerdo para vernos en el mismo parque que unos años atrás había atrapado nuestras risas, en las que habíamos compartido comida chatarra, críticas y música. Ese espacio abierto lleno de confesiones y preguntas que nos hacíamos constantemente. Quizá citarnos en ese lugar me había albergado la esperanza de que no todo estaba perdido.

Para aliviar los nervios decidí ponerme los audífonos y escuchar música. Me senté en una banca vacía en donde podía ver pasar a los transeúntes despreocupados. Todo empeoró porque las manos no dejaban de temblar y el nudo del estómago pasó a la garganta y subió hasta los ojos que se llenaron de lágrimas que tuve que enjugar.

Cerré los ojos porque pensé que de esa manera podía atrapar esas lágrimas y la música que escuchaba me permitió ver claramente todos los momentos que habíamos compartido juntas. La forma en la que me abrazó cuando mi madre falleció, el día que la abracé cuando Nikki, un samoyedo fiel, no pudo continuar en esta vida.

La juventud se me desvanecía entre las memorias mientras veían en mi mente esos fotogramas. Me detuve en uno, ese día en el concierto cuando la gente aglutinada nos había impedido estar del todo juntas. Comenzó a sonar esa canción, nuestra canción. Su brazo se alzó entre esa multitud que nos separaba y yo hice lo mismo para alcanzar su mano. Lo logramos y me atrajo con todas sus fuerzas hasta ella para estar juntas, juntas como habíamos prometido.

Un perro ladró e interrumpió mi ensimismamiento. El viento sopló con tal fuerza que mis ojos ardieron y me obligaron a concentrarme en alejar la tristeza y la nostalgia. Esperaba una despedida, una oración que nos reconfortara a ambas después del distanciamiento que se ha sentido como si toda esa multitud que nos separó el día del concierto hubiera logrado finalmente su cometido.

No llevaba cartas, ni recuerdos, ni nada de esos objetos que se dan o se regresan en las rupturas, solo llevaba la pesadez, la incertidumbre y el arrepentimiento que cargaba en mi existencia. A lo lejos la vi acercarse y me parecía una completa desconocida, no era la misma que había tocado tantas veces el timbre de mi casa a los quince años para salir a caminar.

Los encuentros habían cesado hacia tanto tiempo que me parecía una especie de ensoñación ese momento. Me levanté del asiento como un reflejo, ¿la abrazaría?, ¿le besaría la mejilla?, ¿levantaría mi mano tímidamente?, intentaba responder estas preguntas rápidamente para poder accionar en el momento en que quedáramos de frente, por lo tanto, hice las tres cosas casi al mismo tiempo.

Mi corazón palpitaba tan fuerte que sentí que hasta en Buenos Aires escucharían percusiones en las calles sin ninguna explicación, ¿qué seguiría?

¿Cómo estás?, soltó como sin nada.

Bien, ¿y tú?, contesté imitando esa naturalidad.

Bien, todo bien, ¿qué quieres hacer?, preguntó con la misma firmeza que recordaba; y yo enseguida quise descifrar si se refería a qué quería hacer con nuestra amistad o se refería a otra cosa.

Nno… -empecé y corregí de inmediato – vamos a comer.

Fuimos a comer a un lugar cerca de ahí. Nos actualizamos sobre lo que ocurría en nuestras vidas. Al principio se sentía como en una reunión de ex alumnas de la secundaria y luego éramos de nuevo Damon y Graham. Otra vez el nudo en la garganta. Calma, calma, debes controlar esa nostalgia que te hace llorar, me dije.

Finalmente, dejamos lo más amargo para el postre. Increíblemente, para ambas, tomé la iniciativa y como si ya lo tuviera ensayado en el guion de este capítulo de nuestra amistad le recité lo siguiente:

“Yo sé que se han roto varias cosas en nuestra amistad y que cometí errores que te parecieron difíciles de enmendar, pero también creo que es justo decirte que me sentí muy herida por la forma en la que te fuiste y que desde ese momento he vivido con dolor y tristeza. Al principio no entendía el por qué y, ahora, no estoy muy segura de querer entender el por qué esta amistad que prometíamos eterna se desmoronó, quizá ahora no importa entender los motivos. No estoy aquí para reclamarte, para pelarnos o hacernos las groserías que en el pasado nos hicimos. Estoy aquí para decirte que siempre serás parte importante en mi vida y mi historia, que te recuerdo ahora con dolor sí, pero que eventualmente recordaré nuestra amistad con infinito amor. A pesar de que ya no sientas el mismo cariño hacia mí, por complicado que esto te parezca, voy a estar rondando como un satélite por si algún día necesitas ayuda, quieres comer papas con chile o cambias de opinión”.

Ella se quedó callada, algo inusual en una mujer que siempre tenía una respuesta para todo. Noté que contenía el llanto y la mire con la sonrisa que hacía que mis ojos también brillaran y que nos recordaba a esas aventuras, pocas, que nos salieron bien. Me levanté, la abracé y le dije: “siempre serás mi Damon Albarn favorita”.


El último encuentro

Fuimos a ver ese documental de la banda que nos gusta. El viento era gélido, pero el silencio hizo el ambiente todavía más invernal. Ella tenía en su rostro esa molestia característica, no dijimos una palabra en todo el recorrido, a mí no me alcanzaban las palabras, se quedaban atoradas en la garganta como si un pequeño dique invisible las contuviera.

Esperaba que el lenguaje corporal nos ayudara a comunicar lo que las palabras no podían expresar, pero con cada segundo del tiempo me parecía todavía peor. Yo sentía una especie de arrepentimiento, culpa y desconcierto que no supe cuál sentimiento le ganaba al otro.

Nos dirigíamos hacia el metro que a esas horas se encontraba vacío. Ella como era alta caminaba con las premura de todas las personas de la ciudad, yo con mi estatura baja corría detrás de ella. El metro llegó a la estación y me dio la impresión de que, de nuevo, el gélido ambiente del exterior se traslado en el aire que golpeó nuestros rostros al llegar el tren.

Ella se metió primero, yo la seguí. Nos sentamos juntas, pero estábamos más separadas de lo que físicamente nos encontrábamos. Me quedé en silencio. Después de un tiempo, solté un: “discúlpame, ya sabes cómo soy, ojalá no fuera así. Soy la peor amiga que existe”. Ella bufó, pero los ojos se le llenaron de lágrimas, ya no supe si era llanto de tristeza o coraje, así que eso me obligó a hacerme más chiquita en el asiento del metro.

Llegamos a la estación. Ella se paró y me dijo con la voz entrecortada: “luego hablamos”. El sonido avisándonos que la puerta estaba próxima a cerrarse a mí me indicó que había algo más que se estaba cerrando. Avanzó deprisa a la puerta y la vi alejarse con todas las preguntas en la cabeza, los sentimientos en el corazón y el agua en los ojos. Pero fue la primera de muchas despedidas entre ella y yo, una de las tanta inexplicables despedidas de una amistad que nunca pudo salir de la adversidad.


No hay personas más diferentes

No tengo ni la menor idea de si leerás esto o si alguna vez lees lo que escribo. Agradezco infinitamente que, si lo haces, no me lo digas, no comiences con frases de ánimo como los demás. Si un día te tomaste el tiempo de leer algo aquí, seguro que tendrías muchas palabras contradiciendo a los demás respecto al modo en el cual me expreso. Eso lo apreciaría más, pero aún me duele un poco las cosas que dices.

Un día apareciste. Después de un par de años, decidiste visitar a aquella persona que te pasaba la tarea de taquimecanografía. No sé si fue por ocio, pero lo agradezco. Si no hubieras aparecido ese día, mi vida durante estos años sería mucho más aburrida de lo que ya es.

De esto se trata. Cuando digo que expresaré todo lo que pienso sobre los demás, tratándose de ti, sólo puedo hacer esto. Eres como nadie, como nadie que haya conocido antes. Me pregunto muchas veces cómo no me percate en la adolescencia de eso. Imagino que era muy joven para verlo o simplemente no estaba planeado que aparecerías o, más bien, reaparecerías.

Tengo tres nombres en mi mente de tres personas que cambiaron mi vida y que me cambiaron sin pretenderlo. Tú eres una de ellas. No imaginas la manera en la que mis pensamientos y mi forma de ser cambiaron al conocerte, sin darme cuenta. Y también en la que mejoraron, sin duda alguna, mis gustos.

Eres la persona más honesta y directa que he conocido. Sin miedo. Si lo hay, lo ocultas muy bien. No tienes un «agujero negro», sabes protegerte. Aún temo de tus comentarios, de tu forma sarcástica e irónica de decir las cosas. Aún temo que mi forma de ser te aburra para jamás volverme a hablar.

De entre todas las personas que conozco, eres a la única que le creo todo. Sé que contigo no obtengo ninguna clase de condescendencia y sí las palabras que tengo, pero temo escuchar. Cuando me dejaste entrar, me sentí realmente agradecida, pero ¿sabes?, creo que de algún modo lo eche a perder. Soy tonta. Me volví una Aurora.

Otra vez, vuelvo a recordar aquella pregunta que me hiciste «¿es verdad que cuando platican conmigo tienen que pensar antes de hablar porque les da miedo?». Ese día te conteste afirmativamente. Después me di cuenta que esa respuesta siempre va a ser un “sí”.

Y al final de todo no importa cuántas veces me cuelgues el teléfono, ni cuántas veces me contestes de forma cortante porque seguramente hice una estupidez. La verdad, es que deseo estar cerca de una forma u otra. Siempre has mantenido mis pies en la tierra.

Cuando veo No Distance Left to Run, lo entiendo. Absolutamente, tú eres Damon y yo Graham. Cada vez que veo esa parte donde Alex dice: “Graham hablaba mucho de él, Damon es alguien de quien siempre hablas”, pensé lo mismo de ti: eres alguien de quien siempre hablan. Qué más puedo decir, te admiro mucho.


Una escritura epistolar

No tengo que especular mucho acerca del futuro de la amistad entre mujeres, porque creo que he aprendido a cultivarla, a elegirlas siempre, mas no sobre mí. Por supuesto, aún me faltan lecciones por conocer sobre la amistad entre nosotras. Una amiga dejó de hablarme hace casi ocho años, me dolió muchísimo, todavía me duele y la extraño, pero también sé que estamos mejor separadas.

Quizá pueda pensar en eso, en cómo discrepar siendo amigas. Saber que, aunque compartimos tanto, también podemos pensar distinto, tener gustos diferentes y a pesar de ello, irnos entretejiendo en esta red. ¿Cómo hacer que nuestras diferencias no nos separen?, ¿que nos sean irreconciliables cuando tenemos tanto amor que compartir?

Escribo esto mientras escucho canciones de nuestra banda favorita. Se me hace un nudo en la garganta porque se me llena la cabeza de recuerdos, ¿el amor se agota?, me pregunté tantas veces.

En el futuro, pienso que las mujeres podríamos ir conciliando nuestra ética sin perdernos a nosotras mismas. Me hubiera gustado sentirme más libre con ella, no temer que me juzgara o regañara por una decisión que iba a tomar; no tener miedo de confiarle cómo me sentía, hacer la paces con ella y, explicarle que los momentos donde me retraía eran consecuencia de una profunda depresión que no advertía.

Después, pensé que la amistad no podía sostenerla yo sola, si sólo yo hubiera hecho concesiones. Al reflexionarlo, entendí que no era la única culpable. La negociación en las relaciones entre mujeres es muy compleja. Quizá porque hay complicidad y confianza que, cuando una de ellas se aleja sin decir más, se siente como una traición. Pero, ¿cómo?, ¿qué cosa podría superar al amor que nos tenemos entre nosotras?

A partir de ese dolor he intentado, con todo y mis demonios, no dar por sentado nada con mis amigas. Decirles lo que me duele, decirles lo que necesito, decirles que las extraño, decirles que son muy importantes y que tengo miedo a quedarme sola y que me olviden. Apuesto a un futuro donde las mujeres nos sigamos eligiendo, donde amarnos entre nosotras pueda más que otra cosa, pero sigo temiendo, ¿y si el amor no es suficiente?

Cierro esta carta contándote uno de los recuerdos más bellos que tengo con ella. Aun ahora que ya no nos hablamos y no sé nada de ella, la quiero y la extraño tanto, y le deseo lo mejor que hay en esta vida. Una día fuimos al parque a andar en bicicleta toda la mañana, como era nuestra rutina los fines de semana. Aquel día regresamos a mi casa cansadas, nos acostamos en mi cama una frente a la otra y ella puso música. Se quedó dormida, mientras yo dormitaba, en ese momento un sol de media tarde nos acariciaba las mejillas a ambas y el calor nos abrazaba los huesos. Al fondo se escuchaba: “Estoy atrapado otra vez en el misterio, te encuentras a mi lado, ¿pero sigues conmigo?, la respuesta está aquí, en lo más profundo y lamento que lo estés sintiendo, pero debo decirte que, te amo demasiado últimamente”. Yo creo que ese momento es el amor, aun con la distancia.

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