Hanna Arendt acuñó en su libro Eichmman en Jerusalén el término de banalidad del mal. El concepto causó mucha controversia y, seguramente, lo sigue haciendo porque podría pensarse que se utiliza para justificar a los perpetradores del exterminio de judíos en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, en décadas recientes me parece que los fenómenos de la extrema violencia en el mundo no se podrían aproximar a una explicación que no se ajuste a la banalidad del mal.
Probablemente (lo desconozco), el autor británico Martin Amis tuvo en mente los estudios filosóficos y políticos de Hanna Arendt o, quizás, no era su intención, pero la adaptación de su libro, Zona de interés, al cine por el director, también británico, Jonathan Glazer sí que tiene la influencia del término en su obra.
Zona de interés (2023) es una de las películas más interesantes del último año, muy a pesar de la atención —mal canalizada, en mi opinión—que tuvo Pobres Criaturas de Yorgos Lanthimos. Al menos, hablando de películas dirigidas por hombres, ya que las películas dirigidas por mujeres en esta temporada merecen su reflexión y crítica a parte.
No es un cine comercial, ni sencillo de ver en muchos niveles, pero el mensaje y la certera crítica en su película es una bofetada a nuestra propia condición humana. Incluso, pudo haber sido una cinta que no tuviera la atención que tiene si no fuera por sus múltiples nominaciones a “Mejor película” en distintas premiaciones y que la crítica ha sido muy favorable.
Es la primera película de Jonathan Glazer que recibe este grado de atención. Tengo mis dudas sobre esta mediática atención. Mis sospechas podrían remitirse al tema. Las películas sobre el holocausto o que tienen que ver con ese evento son muy premiadas y reconocidas. Sólo hay que mirar las listas de ganadoras y ganadores a mejor película o mejor actriz u actor para darse cuenta de que, varias de ellas, tienen que ver con tal acontecimiento.
No ahondaré en este último detalle que podría abrir debates políticos y sociales intensos. Sólo diré que un genocidio terrible ocurre ante nuestros ojos y nuestros valores tienen que ser fuertemente cuestionados porque está dañando nuestro pisque, como lo han hecho todos aquellos hechos violentos que nos rodean, especialmente en Latinoamérica. Y es justo por esta razón que Zona de Interés se vuelve más extraordinaria al fragmentar ese pedazo en la historia desde cierta perspectiva.
El plot es el siguiente: Rudolf Höss, comandante del campo de concentración de Auschwitz vive idílicamente junto al campo con su esposa, Hedwig, y sus cinco hijos. Esa es toda la historia. Lo que vemos en pantalla es la vida cotidiana de esta familia, sus reuniones alrededor de la mesa, qué comen, cómo se alistan para ir a la escuela, para pasar un día en la piscina, para alistarse en el trabajo. Todo eso que podría hacer una familia alemana promedio, bajo la salvedad de que esto ocurre al lado de un lugar que concentra el dolor y sufrimiento de miles de personas.
Para quienes les pueda gustar las convencionalidades del cine comercial, podrían encontrar esta película aburrida. Escenas largas, casi contemplativas, grabadas con cámaras ocultas para no romper con las acciones rutinarias de la familia. Te sientes como un ojo chismoso, dando un vistazo a la dinámica repetitiva de estas personas.
Las escenas están compuestas de forma bella, hay mucha belleza en el lugar que habitan (la casa) y en ellos y ellas mismas. Es una familia estereotípica de esposa, esposo e hijos caucásicos. Su vida es casi perfecta. Mientras avanza la historia te das cuenta de que podrías sentirte maravillada por su vida y, de repente, mientras observas como Hedwing recorre el jardín presumiendo a su madre lo que ha plantado, en el fondo se puede observar una chimenea sacando fumarola, pero las mujeres no se inmutan frente a esto, si no que continúan tranquilamente con su conversación.
Jamás vemos una sola escena explícita sobre las torturas y crueldad que vivieron las personas en Auschwitz. Lo anterior, en el lenguaje audiovisual actual, es extraordinario y le da más potencia a la cinta. Estamos acostumbrados a las escenas sangrientas que han rayado en la pornografía de la violencia. El largometraje no muestra una sola imagen que involucre sangre y, a pesar de ello, es escalofriante y extremadamente incómoda.
Zona de interés es, también, una experiencia auditiva que contrasta con la belleza de las imágenes que nos presenta. Mientras esta familia vive en este lugar que la madre llama su “espacio vital”, escuchamos de fondo los hornos, los trenes, disparos y llantos.
El punto final de esta obra es contundente. Adolf Höss —asqueado de él mismo y de sus acciones motivadas por el deseo de un ascenso en su trabajo—rompe la cuarta pared y nos mira, pero también mira más allá, va hacia el futuro de Auschwitz, donde un grupo de mujeres limpian vitrinas y aspiran los pisos donde se exhiben zapatos, ropa y objetos de las personas que perecieron en ese lugar, lo hacen con total naturalidad…porque ese es su trabajo.
Retomo, para recordar en este punto, el concepto de la banalidad del mal de Hanna Arendt. Según la filósofa, los actos que cometió Eichmman no eran incentivados por el antisemitismo o porque encarnara a un monstruo, sino motivados por cumplir con el deber que se le encomendó. Es decir, en el nazismo, como en muchos otros sistemas (incluso en el capitalismo) los individuos actúan siguiendo las reglas sin reflexionar sus actos, ¿es entonces equiparable la conducta de Eichmman, de Höss y su familia al de las mujeres limpiando el memorial del campo de concentración?, después de todo, ellos y ellas cumplen con un trabajo.
La película nos confronta con nuestra condición humana. En nuestras vidas cotidianas, aunque no las consideremos idílicas, transcurrimos los días con total normalidad mientras la violencia y grandes atrocidades ocurren fuera o frente a nuestras narices. No todas y todos somos indiferentes a esta crueldad y violencia, pero de algún modo, me preguntó cómo es que seguimos navegando entre las redes sociales o internet, pasando de largo entre fichas de búsqueda de personas, entre fotografías y videos del dolor de madres, niños y niñas o, incluso, ignorando la brutalidad y el salvajismo que vemos en las calles.
En la historia, esta sensibilidad al dolor sólo la experimentan un bebé (que llora todo el tiempo) y un perro (que ladra todo el tiempo), quienes, a pesar de no tener capacidad de agencia, no son indiferentes a lo que ocurre a su alrededor. El personaje de la madre de Hedwig también es interesante, pues de primer momento pareciera que aprueba lo que sucede en el campo de concentración, pero cuando está en contacto con ello (quedándose a dormir en una habitación donde ve de frente una chimenea) no puede soportarlo y deja la casa, porque discursivamente algunas personas pueden estar de acuerdo con cierta postura, pero prefieren ignorar o evitar lo que causa su apoyo a ciertas ideologías.
Zona de interés es muy provocadora, sobre todo en estos momentos. No pienso que el mundo haya transitado por un periodo de paz porque la guerra ha sido la historia de la “Humanidad” (de los hombres). Podemos calificar de monstruosas las acciones de individuos a lo largo de la historia y en el presente, pero lo que plantea la película es que es igual de monstruosa la indiferencia y la normalidad con la que vivimos en un mundo donde la gente sufre todo el tiempo o donde las tragedias y desgracias humanas se convierten en museos, monumentos o vitrinas que hay que conservar limpias, aunque quizá nunca pudieron estar limpias.

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