Para mí, hay dos clases de cinematografía: la que retrata una vida que aspiramos, soñamos e imaginamos y otra que retrata la realidad que puede ser cruel, certera o sencilla. Es acerca de lo sencillo en lo que yo tengo inclinación. Sofía Coppola, en sus primeras cintas, era una experta en plasmar la sencillez, pero al mismo tiempo la complejidad de las relaciones humanas. En su filmografía hay dos escenas que lo reflejan perfectamente: la primera, es en Vírgenes Suicidas, cuando la más pequeña de las hermanas Lisbon le responde al psiquiatra cuando éste le pregunta por qué intentó cortarse las venas: “Obviamente, doctor, usted nunca ha sido una chica de 13 años”; la segunda, es la escena final de Perdidos en Tokio, cuando Bob le susurra algo inaudible para la audiencia a Charlotte en su despedida.
Es este tipo de sensibilidad hacia momentos de la vida, la que es mejor retratada por directoras. La grandilocuencia se pone en un cajón y se hacen ejercicios de introspección profundos para vulnerar el alma y nuestros sentimientos. Son instantes los que hacen que la vida de una persona cambie. Encuentros y decisiones que tomamos nos conducen a una forma de ser o de existir.
¿Será el destino? ¿Qué es el destino? ¿Será que algo fuera de nuestro entendimiento rige nuestras vidas? El destino se convierte en una serie de acontecimientos obligados a ocurrir, pero también se vuelve en un pensamiento mágico porque son, en realidad, las decisiones o la elección de caminos bifurcados que elegimos los que determinan nuestra existencia. Nos preguntamos: “¿qué hubiera pasado si…?” para tratar de imaginar vidas alternas o vidas pasadas.
Hay películas que se vuelven un bálsamo para el alma o parecen la materialización de un sentimiento que nos andaba rondando por la cabeza, pero no nos podíamos explicar. La ópera prima de la directora coreano canadiense, Celine Song, es justamente un abracito al corazón y un reflejo también de las realidades a las que nos enfrentamos los adultos jóvenes en la actualidad.
Celine Song ha dicho en entrevistas que esta película es, en parte, autobiográfica, ya que ella, como la protagonista también migró de Corea del Sur a Canadá en busca de una vida con mayores oportunidades. Y es que uno de los síntomas de la globalización en la sociedad actual es tener esta idea de ser ciudadanas o ciudadanos del mundo, pero sentirte una persona extranjera que intenta abrirse camino en todos lados para no echar raíces.
Nora, la protagonista de esta historia, se muda con su familia a Canadá. Sus padres no tienen una vida precaria en Seúl, pero saben que si quieren brindar un mejor futuro a sus hijas deben migrar a otro país. De niña, Nora tenía una relación muy estrecha con su amigo Hae Sung que se vio perdida tras su mudanza. Muchos años después Nora y Hae se reencuentran a través de redes sociales y vuelven a formar un vínculo por medio de videollamadas, hasta que Nora se da cuenta que no puede mantener una relación virtual y dejar de vivir el presente en el lugar donde se encuentra. Diez años después, Hae Sung visita a Nora en Nueva York, pero ella ahora está casada con un estadounidense que, de forma madura y comprensiva, entiende que el encuentro de su esposa con su amor de la infancia es un punto de inflexión en la vida de Nora.
Cuando Nora conoce a su esposo Arthur le cuenta acerca de un término en coreano llamado in-yeon que significa «destino» y que en la cultura coreano es utilizado cuando dos personas están destinadas a estar juntas. En el pasado, cuando Nora era una niña en Seúl podría pensarse que su in-yeon era Hae Sung y que sus reencuentros en el futuro serían una especie de confirmación de ese destino.
Pero en su encuentro, veinte años después de su separación, comprenden que sus vidas tomaron rumbos diferentes. “Me gustas por ser quién eres y eres alguien que se va”, le dice Hae Sung a Nora en una charla íntima presenciada por Arthur que no comprende del todo lo que hablan porque lo hacen en coreano, pero en su expresión puedes ver que entiende lo que significa ese encuentro, el encuentro de la posibilidad.
El destino se trata de algo que puede estar “escrito”, pero donde no cabe la posibilidad. Si los padres de Nora se hubieran quedado en Corea, si Nora no hubiera pasado por esa fase de transformación y adaptación a un nuevo país, a un nuevo mundo, ¿tendría las mismas posibilidades de alcanzar sus metas o sueños? Este hubiera que sólo existe en la posibilidad es el que se plantea Nora, Hae y Arthur. Si no hubiera hecho tal o cual cosa, ¿qué tan distinta sería mi vida ahora?
En ese camino de posibilidades vamos transitando, tomando decisiones; algunas son importantes como una mudanza, una elección de carrera, una elección de pareja, pero hay otras decisiones mundanas como nuestra elección de ropa, de camino hacia el trabajo o de comida que pensamos que no son relevantes, pero siguen guiando nuestra vida.
Hay otras circunstancias a las que no les encontramos lógica porque se rigen con el corazón. La forma en la que nos vinculamos con otras personas se determinan por encuentros que pueden ser muy profundos aunque sean fugaces y ahí encontramos el misticismo, porque cuando la adversidad o las condiciones no te permiten estar con una persona, pensamos que, quizá, en otra vida estaremos invocando a eso que llamamos destino.
Nora explica: “cuando dos personas desconocidas se cruzan por la calle y su ropa se roza sin querer, es porque se han formado 8,000 capas de in-yeon”. En el encuentro final, una escena poderosísima emocionalmente, cuando se despiden concluyen que, quizá, esta es sólo una capa de in-yeon para llegar a estar juntos en otra vida.
Vidas pasadas será un clásico a revisitar y me parece curioso que, en un momento de la cinta, Nora le recomienda a Hae ver Eterno resplandor de una mente sin recuerdos que fue y sigue siendo una película de culto para algunas personas y ha significado una interpretación de cómo lucían las relaciones en ese entonces, qué preguntas nos hacíamos y lo escribo en pasado, pero muchos de esos cuestionamientos siguen vigentes, como los que seguramente seguirán siendo para Vidas Pasadas.
En la simpleza de ese aleteo de un colibrí, de un abrazo efímero o de una fugaz mirada está la verdadera belleza. Esas son las historias entrañables que muchas y muchos ansiamos ver en pantalla, aquellas que son reflejo de nuestras propias inquietudes, deseos, cuestionamientos y anhelos.

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