Títulos nobiliarios

Yo, realmente, pensé que la escuela me gustaba y era buena en ella, ya no lo pienso más. Los mayores traumas en mi vida se germinaron dentro de aulas, del lugar que se supone debería ser seguro y donde puedes equivocarte y desarrollarte.

Es un sistema educativo deficiente; el hecho de que el Estado haya permitido mercantilizar la educación, incentivando la competencia en el aprendizaje; la falta de vocación de algunos profesores; el bajo presupuesto a escuelas y planes de estudio desactualizados, lo que ha hecho que la educación sea uno de los temas siempre pendientes en la política pública y en el desarrollo social de América Latina.

En México acceder a la educación sigue siendo un privilegio y no un derecho garantizado. Quizá por ello, la generación de mis padres creía firmemente que contar con una carrera universitaria era sinónimo de éxito, traducido, básicamente, a estabilidad financiera.

En mi familia pocas personas contamos con un título universitario. Del lado paterno fui, tal vez, la segunda en lograr terminar una licenciatura, pero hoy en día, las condiciones y la situación económica han cambiado enormemente que mi licenciatura no basta, ni la de varias y varios colegas, para acceder a sueldos dignos y certidumbre financiera.

Mi generación, al menos, es es una generación de inútiles que no saben hacer ningún oficio. No aprendimos nada con las manos, con el cuerpo, hacemos todo en computadoras, apps y softwares. Algunas y algunos saben pensar, investigar, analizar y son quienes se aventuraron a estudiar posgrados.

Irvine Welsh tiene un libro de relatos que tituló Si te gustó la escuela, te encantará el trabajo. Sobra decirlo, pero mi confesión sobre que no me gusta la escuela, se extiende a las dinámicas de poder tóxicas en el trabajo. La diferencia es que en el trabajo ganas un salario y no una calificación. Punto para el trabajo.

En algunos empleos donde he transitado me he cuestionado si debo hacer una maestría para alcanzar a mis pares, para ser respetada, para que mi nombre lo anteceda un título nobiliario cuando me presenten. Desecho la idea todas las veces.

Son innumerables las experiencias de conocidas, amigas y colegas que relatan con trauma y horror la escritura de una tesis y la experiencia misma del posgrado. Una pensaría que las dinámicas aleccionadoras y condescendientes de los profesores son más comunes frente a grupos de personas de veintipocos, donde la edad y experiencia, pero sobre todo la edad, juegan un papel crucial en el desarrollo de relaciones desiguales y actitudes desproporcionadas del profesorado al alumnado. «A lo mejor en un posgrado esto cambia», pensé la primera vez que me lo planteé, pero la academia me ha demostrado una y otra vez que se valen de las desigualdades de poder y la jerarquía para ejercer violencia y maltrato.

Ya estoy en mis treintas y he trabajado en diversos lugares, tratando con personas diferentes para soportar más maltrato. Eso pasa, cuando una envejece, al menos en mi caso, se vuelve más intolerante y crítica a esos comportamientos alentados por la necesidad de otros y otras de sentirse poderosos e intocables.

¿Qué puedo aprenderle a alguien que, por encima de la enseñanza y el diálogo, busca minimizarte? Por qué se piensa que es «pedagógico» quebrarse emocionalmente para demostrar tu valía. Aunque me han dicho que esas formas son más características de los posgrados en México, si estudiar una licenciatura es un reto y privilegio enorme en este país, estudiar en el extranjero es una oportunidad para una minoría.

Siempre digo que no aprendí nada en la escuela y cada vez lo confirmo más. Otras lecciones llegaron, a la mala, lecciones de vida, pero en el plano académico fue deficiente la enseñanza. Lamentablemente, elegí estudiar una carrera cuya parte técnica se puede aprender ahora en tutoriales de YouTube o a través de plataformas en línea.

Cualquiera puede hacer un video, un podcast, una imagen y crear el contenido que se le ocurra. Es precisamente por eso que valoro más el conocimiento fuera de la aulas, el saber de los oficios que tanto repudiaron nuestros padres, madres, abuelas y abuelos.

Honestamente, cuando salí de la universidad me creía muy «intelectual», creía que debía ganar más porque había estudiado una carrera, incluso, más que compañeras que llevaban más años trabajando en la primera empresa en la que laboré.

El golpe de humildad vino un día que me enviaron a depositar un cheque (trabajaba de asistente administrativo, nada que ver con mi carrera) y me quedé congelada en el banco. Un compañero me vio y me preguntó: «¿sabes endosar un cheque?», ni siquiera había escuchado la palabra endosar en mi vida. Aquel chico, que era sólo un par de años mayor que yo y no terminó la prepa, me enseñó con paciencia y amabilidad (lo que nunca recibí en la escuela), todo lo que necesité saber de administración. Hoy, esos conocimientos me han sido más útiles que prender una consola de protools que jamás volví a usar.

Reconozco a las personas que siguen apostando por la academia. Espero que sean las personas que puedan transformarla. Yo no creo en la academia y he logrado encontrar por fuera de ella espacios de reflexión, colectivos e individuales que son más valiosos, seguros y pedagógicos.

Nunca me he presentado como licenciada, de hecho, a veces pienso que es mejor quitar mi grado de estudios de mis semblanzas porque ahora ya ni vale mucho, ya que somos una generación de gente sobrecalificada, tener una licenciatura parece poca cosa.

Tampoco creo que porque «soy comunicóloga» tengo más elementos o capacidad de ciertas cosas. Ya lo dije, ahora podemos ver a mucha gente creando contenidos sin haber estudiado comunicación. Esos reconocimientos de «porque soy tal cosa» tengo la autoridad, el intelecto o la capacidad de algo, a mí, me parecen ejercicios del ego, una reafirmación social equivalente a la estabilidad económica que nuestros padres creían que tendríamos al ser tan letrados.

Por ello me rehuso a usar mi acceso y, pues si, privilegio de haber estudiado una carrera y obtenido un título para enunciarme mejor que quienes no pudieron o, incluso, no quisieron hacerlo. Rechazo completamente que ese hecho haga sentir menos inteligente a mi hermana, ni hacer que otras personas se sientan intimidadas por mi educación.

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