Sociedad desidealizada

Tengo que hacer un disclaimer antes de comenzar a desarrollar esta especie de ensayo-opinión, no sé qué será, a mí me sale bien hacer una suerte de híbrido de géneros que hacen enojar al más purista. Debo confesar que durante gran parte de mi vida he sido una ferviente seguidora de bandas y artistas, llamándome “fan” y, varias veces, haciendo cosas cuestionables por seguir a un músico, me pasa mucho en la música.

Hace varios años, cuando trabajé con una periodista independiente, me preguntó si profesaba alguna religión o ponía mi fe en algo o alguien. Le contesté que no. Un día antes había ido a un concierto de una de mis bandas favoritas y ella recordó eso, así que remató diciendo: “¿entonces crees en el rock?”. Yo me quedé un minuto en silencio, lo que ella dijo de broma a mí me parecía bastante acertado y le contesté que sí, que creía en el rock, que creía en la música.

Esta es una de esas excentricidades que no comparto con muchas personas que me rodean, pero que comparto con millones que sienten y viven la música como yo. Todas aquellas personas que se llaman o nos llamamos fans de algo lo entienden. Creo en la música porque me parece una de las artes que más conectan con nuestra condición humana, porque nos hace conectarnos entre nosotros. He ido a conciertos donde he bailado, reído, cantado y llorado con gente desconocida, pero que entra en comunión con este ritual del concierto.

Con temor a escucharme como la señora cascarrabias que afirma que en mis tiempos todo era mejor, me parece que la forma en la que escuchamos música ha cambiado muchísimo desde el uso de internet y las redes sociales. Creo que, muchas personas, han pasado de ser melómanas a consumir música y artistas. Consumir música implica sostener a una industria a la que sólo le importa el dinero y donde los discos y los artistas son la mercancía por distribuir y vender.

Antes de la masividad del internet y las redes sociales, la única conexión que tenías con tu artista favorito era la música. No necesitabas saber qué había desayunado, a dónde se fue de vacaciones o con quién salía. De hecho, entre menos supieras de su vida privada, más te conectaba a la música. Ahora pasa lo contrario, las personas más jóvenes se enganchan mucho más con el estilo de vida de sus cantantes favoritas, sus relaciones y su forma de vestir. No es que no importe la música, pero parece más como un add on y no el motivo principal de empatizar con ciertas cantantes.

Hace un par de meses vi un vídeo en el que hablaban sobre cómo Dua Lipa no es tan famosa como otras cantantes actuales o no tiene un séquito de seguidores como los tiene Taylor Swift o Beyoncé. La persona del video decía que, a lo mejor, a los fans les gustaría saber qué canción del nuevo disco de Dua Lipa es para cuál ex pareja o cuál canción sería la que refleja cierto capítulo en su vida. Esta es la forma en la que los fans se están relacionando con sus artistas, estableciendo relaciones parasociales, es decir, relaciones con personas que creemos conocer con base en su música, sus publicaciones en redes, las entrevistas que dan o sus apariciones públicas, pero que en realidad no conocemos.

A mí me parece un fenómeno interesante. No voy a decir que estoy exenta de vivirlo. Aún en mi adolescencia y juventud tuve esa clase de relaciones parasociales con los miembros de mis bandas favoritas. Establecí conexiones profundas, al punto de sentir que los quería más que a mi familia no nuclear. No me parece extraño, la adolescencia suele ser una etapa solitaria y si esas personas hacen con su música y sus letras un lugar reconfortante en donde estar, es lógico que desarrolles ese cariño hacía ellos.

En cierto sentido, la música está hecha por seres humanos, de sentimientos humanos, de experiencias humanas. Si no te identificas con algo de eso, en algún nivel, probablemente seas un sociópata.

El desarrollo de las relaciones parasociales de gente común con sus artistas favoritos se ha intensificado con las redes sociales porque ahora realmente puedes echar un vistazo a la vida de las personas que ves inalcanzables para hacerlas un poco más cercanas y, por lo tanto, su música tendrá mayor sentido o explicación porque conoces toda su vida.

Para mí no funciona así. A mí, no podría importarme menos si todo el disco de Dua Lipa se lo hizo a una ex pareja en particular. De hecho, nada me podría alejar de identificarme y de conectarme con la música que saber ese tipo de datos. La vida de Dua Lipa o la de Taylor Swift es diametralmente opuesta a la mía. Es como cuando Sabrina Carpenter canta “I’m working late, cos I’m a singer”, es, quizá, la canción más pegajosa del verano, pero es una canción con la que no conecto a nivel profundo y que pasa a ser música de fondo para escuchar mientras tecleo. Sí Sabrina, yo he trabajado hasta tarde, pero no por ser cantante, si no por ser de clase trabajadora para poder acceder a una milimétrica parte de lo que tú ya tienes a tus 25 años y yo no podré conseguir a mis 34.

En ese sentido, las experiencias de los músicos o cantantes de mis bandas favoritas también es muy distinta a la mía. Siempre he pensado que Alex Turner le canta y escribe canciones a sus romances con modelos y que jamás le cantaría esa melodía melancólica y sexy a una mujer como yo. Sin embargo, el no saber o saber poco sobre su vida personal, me permite apropiarme de las canciones e instalarlas en mi contexto. Pero ahora toda la gente quiere saber qué significan y a quién se la escribieron, como si eso realmente importara.

Esta idealización que va mucho más allá de la música también ha causado grandes decepciones entre los fans cuando su artista favorito dice algo políticamente incorrecto o hace algo que va en contra de lo que sus admiradores esperaban de ellos. Ahí comienzan las funas o las quemas públicas como si estuviéramos en juicios inquisitorios. Esto lo saben bien y lo ejercen de la forma más tóxica la industria del k-pop coreano.

Hacen ídolos perfectos para una sociedad que aspira ser así, pero que está muy lejos de serlo. El aparato de construcción de los ídolos está creado para que las fanáticas creen esa relación parasocial con sus cantantes favoritos. Los ídolos hacen vídeos en vivo, platicando con sus fans, suben el detrás de escena de sus conciertos, de los eventos a dónde los invitan, incluso, les vemos comer o dormir. Parte de todo eso me conflictúa porque aunque me parece que nadie entiende mejor la profundidad del vínculo artista-fan como los ídolos coreanos, no me parece normal que, para muchos de ellos, esa sea su forma de interacción humana fuera de las personas que gestionan sus carreras.

Esta misma cultura de la idealización no existe sólo en Corea del Sur, la vemos en todo el mundo y ha derivado en otro fenómeno que es la exigencia a los artistas de posicionarse o defender ciertos temas. Como audiencia, esperamos que cantantes, actrices, actores, directores de cine, presentadores de televisión, músicos, escritores o escritoras se posicionen sobre ciertos temas en boga.

Me parece sumamente absurda la manera en la que la exigencia de un posicionamiento obliga a artistas a rendir cuentas sobre temas en los que no son expertas o expertos. Si bien es cierto que el silencio y la indiferencia son peligrosos, hay que ver y evaluar la justa dimensión de a quiénes les estamos exigiendo diligencia de temas delicados que implican un entendimiento de contextos sociales, políticos y económicos.

También, hay que discernir entre el poder y la exposición. Los artistas están expuestos a los medios de comunicación y la vida pública, pero ciertamente, no tienen poder. La industria musical, es decir, las empresas disqueras, los CEO de esas disqueras son los que tienen el poder. La exposición no da poder, al contrario, el poder se concentra en donde hay más opacidad. Es verdad que los artistas tienen influencia y que su influencia podría hacer que la gente que los sigue se organice. Es lo que pasa con BTS, sus fans (ARMY) han seguido, no sólo la música, también las acciones, los discursos y mensajes que dan; con base en ello se han organizado para ayudar en causas sociales, pero ojo, es algo que los miembros de BTS jamás pidieron y que para cuando se dieron cuenta, su grado de popularidad e influencia era tanta que ya estaban en la sede de Naciones Unidas dando discursos.

Que BTS vaya a dar un mensaje de paz, unidad, igualdad y respeto a la ONU, no quiere decir que tengan el poder de hacer cambios sustanciales porque quienes ostentan el poder, quienes toman decisiones están muy lejos del escrutinio público. Por ello, es que me parece absurdo que la gente le exija rendir cuentas a los artistas con el ahínco con el que deberíamos de exigir a los hombres más ricos del mundo, a empresarios, dueños de corporativos de tecnología y de combustibles fósiles transparencia de sus actividades y las consecuencias que tienen sus empresas en el medio ambiente y en la violencia generalizada en el mundo.

No pretendo aquí disculpar las acciones terribles, malintencionadas y, muchas veces estúpidas, de aquellos artistas que han obrado erróneamente, creyendo que tienen un poder que no poseen. Precisamente por eso me parecen esfuerzos estériles pedir a artistas posicionamiento sobre algo. Personas que confunden su exposición o popularidad con poder, demuestran la ignorancia que tienen. De nuevo, no podría importarme menos lo que opine Dua Lipa sobre Palestina, porque ninguna opinión que ella tenga va a cambiar la situación. Por otro lado, ¿por qué me importaría lo que piense una persona que no tiene estudios o investigaciones o es experta sobre el tema?, ¿Por qué estamos empeñadas y empeñados en otorgarles ese grado de relevancia? Su participación en la vida pública tiene un impacto muy pequeño en las decisiones sustanciales de problemáticas complejas.

Me parece más importante saber, por ejemplo, qué empresas de la vida pública están financiando directa e indirectamente el genocidio en Palestina. Cuando esa información es transparente podemos retomar nuestro poder de organizarnos, de boicotear, si queremos, de exigir, de hacer consumos conscientes y responsables, vaya, de hacer algo nosotras y nosotros sin tener que esperar que nuestro artista nos diga qué hacer. Si el artista quiere sumarse o hacer un llamado con su influencia, qué bien, pero recobrar nuestro poder implica apropiarnos de nuestra capacidad de agencia y no de alienarnos para tomar decisiones basadas en nuestra idealización de una persona que no conocemos y que no comparte nuestros contextos.

Otra forma tóxica de la idealización de personas famosas ha sido la misma funa cuando aquellas personas que admiramos no cumplen nuestras expectativas. La gente quiere reflejarse en conceptos perfectos y rectos que nosotras y nosotros mismos no cumplimos, pero que esperamos de aquellos a quiénes damos fama y reconocimiento. Yo no estoy a favor de las cancelaciones porque las personas somos complejas y porque casi todas y todos tenemos historia de algún comentario u acción cuestionable.

Estas formas de juicios públicos nos han mantenido distraídos de asuntos más relevantes. Al final de cuentas, los medios de comunicación no son neutrales, están financiados por intereses más grandes y maquiavélicos que no advertimos todas las veces.

Cabe aclarar, de nuevo, que no estoy exculpando delitos. No es lo mismo la cancelación de un cantante porque comió en un McDonald’s que la cancelación a un director de cine por delitos de pedofilia. Invariablemente, artistas o personas de a pie son propensos a cometer delitos. Es, otra vez, la falsa ilusión de estas personas famosas que se piensan con poder la que los hace cometer delitos porque se creen inmunes.

Para explicar todo esto que estoy elaborando traeré a colación el escándalo de magnitudes ridículas de lo que sucedió con un miembro de BTS recientemente. El contexto es el siguiente: Corea del Sur tiene leyes y convenciones sociales muy estrictas —muchas podrían rayar en lo excesivo, pero no hablaremos de eso aquí porque requiere un análisis cultural, social y político extenso— al mismo tiempo, es una sociedad, como muchas otras, de altos contrastes. Mientras se posicionan como una potencia tecnológica (Samsung), industrial (Hyundai) y cultural (K-pop), tienen un amplio atraso en derechos sociales y para las minorías, es decir, siguen siendo una sociedad con múltiples prejuicios, machista, racista y de doble moral.

Todos los hombres de Corea del Sur están obligados a cumplir con el servicio militar debido al conflicto de años que tienen con Corea del Norte. Este no es un simple trámite, como en México donde se realiza un sorteo para determinar qué hombres “marchan” o a cuáles se les libera la cartilla militar directamente. En Corea del Sur es una obligación que incluye un entrenamiento y formación militar en caso de inminente guerra entre las dos coreas, por lo tanto, cada hombre, sin excepción debe realizarlo, eso incluye a los idols.

Los integrantes de BTS comenzaron a enlistarse al ejército a partir de diciembre de 2022 y saldrán hasta el verano de 2025. Uno de ellos, Min Yoongi (conocido también como SUGA) está realizando un servicio distinto debido a una lesión física. Él realiza un servicio administrativo, por lo que no se encuentra en un campo militar y puede ir a cumplir con sus actividades y regresar a casa como si fuera un burócrata.

A inicios de agosto, Yoongi y su empresa Hybe lanzaron un comunicado debido a un incidente con un scooter. El inccidente fue, básicamente, que su poca habilidad en el scooter lo hizo caer cuando estaba a punto de estacionarse a fuera de su domicilio. Esto hubiera sido una historia sin drama y con muchos memes, pero cuando unos policías que estaban cerca lo vieron, decidieron hacerle una prueba del alcohol y registraron que había bebido, razón por la cual le quitaron su licencia.

Esto ocasionó una fuerte campaña de hostigamiento y desprestigio de la prensa coreana a Min Yoongi que incluyó la difusión de un video donde, supuestamente, se veía al artista conduciendo el scooter a alta velocidad y que significaría una irresponsabilidad muy grande si estaba alcoholizado. Los antis, como les llaman a las personas que se dedican a odiar a BTS o a odiar y esparcir su odio en el internet, avivaron el hate que ya recibía BTS, algunos incluso pidieron la salida del miembro de la banda.

No voy a entrar en detalles sobre todo lo que sucedió porque esto no es un sitio de chismes de la farándula, pero reveló algo sintomático en Corea y en el mundo. Corea del Sur no es una sociedad perfecta, ninguna lo es. Días antes del incidente de Yoongi, había salido una noticia sobre una mujer que había muerto en un hospital psiquiátrico para recibir tratamiento por su adicción a pastillas para bajar de peso. La mujer sufrió una seudo obstrucción intestinal agravada por la negligencia del personal del hospital, no se sabe que este hecho conmocionara al país.

En Netflix, pueden ver un documental llamado Cyber Hell que narra cómo capturaron a dos hombres coreanos que abrían salas de chat en Telegram donde extorsionaban a jóvenes y niñas a las que les pedían fotos desnudas para amenazarlas con publicarlas si no hacían cosas degradantes. Los primeros periodistas que cubrieron la historia pensaron que cuando saliera a la luz sería escándalo nacional. El primer reportaje sobre el tema pasó desapercibido, lo que es más, su exposición a los medios hizo que más hombres se unieran a las salas de chat.

Parece insólito que teniendo este tipo de problemáticas y noticias, la que escandalice a la audiencia sea un idol que bebió alcohol —sin mencionar que la sociedad coreana tiene altos índices de consumo de alcohol— y se cayó del scooter. No condono, ni disculpo la falta de buen juicio que es conducir cualquier cosa con ruedas en estado de ebriedad, pero dado que jamás se informó el grado de alcohol que registró la prueba y, saliendo a la luz que el video ampliamente difundido por los medios coreanos no era el footage real del cantante, podría sólo haber estado en el límite permitido y ser, como se ve en el video real, una caída causada por su poca habilidad más que por haber bebido.

Esta es una forma de expiar sus propias culpas e imperfecciones, haciendo evidente los errores de los ídolos, pero olvidan y olvidamos que ellos son personas también. Aunque lo queramos, no hay un manto de santidad y pulcritud en ninguna de las personas que admiramos porque el hecho de ser humanos y de cometer errores es, precisamente, lo que hace que conectemos con ellas y ellos. Muchas veces, estos acontecimientos exagerados funcionan más como cortinas de humo y distracciones de actos de corrupción o injusticia.

Sin embargo, vivimos en esta realidad distópica donde quienes no sólo cometen errores, sino que intencionalmente dañan y destruyen están exentos de nuestras miradas, de nuestro señalamiento y de la vergüenza pública; más grave aún, están exentos de ir a juicios reales, en tribunales reales donde se les pueda sancionar.

Tantos años he sido fan de muchos artistas y hoy por hoy dejé de idealizarles, prefiero descubrir los claros oscuros, saber si a la edad que tienen actualmente mis antiguos héroes del rock estaré sintiendo algo parecido a lo que ellos viven. Si también me dará una crisis de la mediana edad y querré aferrarme con todas mis fuerzas a ser cool o si lo viviré distinto. Tenemos que quitar este velo de idealización. Entiendo por qué lo hacemos, agarrarnos a esto, aunque parezca descabellado, nos mantiene cuerdas, pero hay que poner todo en sus justas dimensiones y plantar los pies en la tierra.

No voy a dejar de seguir a artistas. Es más, si no lo han descubierto ya, soy ARMY y eso me ha traído amistades y momentos maravillosos que tienen o no que ver con la música. Los conciertos, de alguna manera, siguen siendo mis lugares de catarsis y a pesar de que ya no me gusta Coldplay, atesoro la forma en la que su música me rescató cuando era adolescente. Quizá es mi edad, pero yo no le voy a andar pidiendo cuentas a estas personas porque la organización y el cambio social viene de otro lugar, no del de los flashes, los likes, los live, los artículos o chismes de farándula.


Respuestas

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    El lucrativo negocio del entretenimiento – Objetos Perdidos

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