Septiembre: mes de concientización sobre la prevención del suicidio

Trigger warning: este texto habla de temas delicados que pueden detonar o desencadenar estímulos emocionales, si no te sientes preparada o preparado para ello, puedes pasarlo de largo y leerlo después.

El 10 de septiembre es el Día Mundial para la Prevención del Suicidio y quisiera dejar algunas anotaciones al respecto que abonen a desestigmatizar y desmitificar el tema. Debo acotar que lo escribo lo hablo desde un lugar personal y que intentaré no escribir esto a la ligera porque es un tema de salud pública urgente y una epidemia silenciosa en el mundo que obedece al contexto, no sólo a la resiliencia de las personas o la falta de herramientas individuales para sobrellevar las afrentas de la vida.

La muerte llegó a mi vida cuando mis abuelos fallecieron, era muy chica. Antes no había pensado en ello. La perspectiva de que la vida se acaba era algo nuevo para mí. En ese entonces pensar si podíamos o no dejar de vivir por decisión propia no figuraba entre las posibilidades, hasta que tuve trece años.

I

De acuerdo con la profesora de la facultad de psicología de la Universidad Autónoma de México (UNAM), Paulina Arenas Landgrave, el suicidio aumentó más del 400% en veinte años, de 1990 a 2021 en México. Yo nací en 1990. La cantidad de cosas como el estilo de vida, el contexto social, político, económico y mediático que vivieron mis padres, hermanas, tíos y tías es muy distinto al que yo vivo.

Cuando nací no había internet, ni redes sociales, ni Chat GPT. No había Instagram, ni TikTok, no existían conceptos como influencers, bitcoin, deep web, fake news, deep fake y otras más. No había celulares, plataformas de streaming, tabletas o relojes inteligentes.

En cuestión de años y un par de décadas, mi generación pasó por enormes cambios a los que adaptarse y numerosas crisis y tragedias que ver en una sociedad que empezó a estar hiperconectada. Aunque internet trajo conectividad e interconectividad, lo cierto es que la tecnología nos rebasa todo el tiempo, supera nuestra capacidad de entenderla, de regularla y de convertirla en un instrumento para el beneficio social y no para la guerra, por ejemplo.

II

El suicidio en México es la tercera causa de muerte entre los jóvenes de 15 a 25 años. La adolescencia es dura, no es fácil si te sientes algo inadaptada y sola. De repente, en la pubertad llegaron a mi cabeza una serie de pensamientos y cuestionamientos que no me había hecho antes, todos ellos evocaban la posibilidad de ya no estar “aquí”. El aquí era tan vasto y ambiguo como no estar en la escuela, en la casa, en la familia o en el planeta.

En ese tiempo era muy joven para saber e identificar que ya tenía síntomas de depresión y ansiedad social. Me sentía sola, no precisamente porque lo estuviera, sino porque estaba rodeada de adultos que tampoco podían reconocer o saber que yo podría padecer algo así; adultos alejados y poco empáticos sobre cómo es empezar la adolescencia, tanto así, que en algún punto sí estuve sola.

Fue desde los trece años que los pensamientos intrusivos se desarrollaron, llegando a extremos y transformándose en pensamientos suicidas. La emoción de sentir todo y demasiado se vuelve abrumadora y sin alguien con quien hablarlo y que te escuche sin juzgarte se vuelve una carga muy pesada de traer sobre los hombros siendo tan joven.

III

De acuerdo con datos recopilados por el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI) en el marco del Día Mundial para la Prevención del Suicidio en 2023, se encontró que las mujeres reportaron sentirse más deprimidas (16.3%) que los hombres (9.1%). No me parece descabellado, a las mujeres nos minimizan tanto por tener sentimientos y mostrarlos, ya que era, y aún se considera, un signo de debilidad.

Yo dejé de llorar en público muchos años, me avergonzaba y esperaba en las noches para llorar de madrugada, cuidando que nadie me oyera, ¿qué les iba a decir si me escuchaban?, ni siquiera yo sabía explicar la terrible tristeza que me embargaba, ¿qué motivos iba a tener una adolescente para sentirse deprimida?, ¿qué problemas me iban a apremiar para sentirme así? Por temor a ser demeritada y que me creyeran “loca”, preferí sufrirlo en silencio.

Había otro sistema que yo no advertía de adolescente, mientras crecía: el patriarcado. Ese me hizo comenzar a mortificarme por otras cosas. Empecé a odiar mi cuerpo, rechazarlo, negarlo, me hizo creer que no era tan buena como los hombres, me hizo desear ser un hombre, querer agradarles, siendo “única y diferente”. Deseaba sentirme validada, empezando por mi papá que tanto le entusiasmaba verme en la escolta, en el cuadro de honor y presumir mis excelentes calificaciones.

Las lecciones del patriarcado se quedaron enraizadas en mi psique y en mi cuerpo. A eso le tuve que sumar mi compleja relación con mi menstruación y los picos hormonales en donde me reía y lloraba al mismo tiempo durante el Síndrome Pre Menstrual (SPM). Pero eso era “normal”, al menos, eso escuchaba de las mujeres adultas que me rodeaban: “Sí duele”, “Sí te pones un poco ‘loca”. “Estás en tus días”, escuchaba como una forma de ignorar o invalidar los sentipensares de las mujeres. Mientras escuchaba esas frases, yo me desangré por meses sin decir nada por la vergüenza que me daba.

IV

Mismos datos recolectados por INEGI reportan que las mayores tasas de suicidio, según rango de edad son: en primer lugar de 25 a 29 años (11.6%); en segundo lugar el rango de 30 a 34 años (11%) y en tercer lugar de 20 a 24 años (10.6%). La primera vez que un pensamiento suicida me invadió de forma contundente fue a los 19 años, cuando mi mamá falleció.

Los siguientes diez años después de la muerte de mi mamá el duelo fue muy difícil de manejar. Aunado a ello, entrar a la etapa de adulta joven, con tal pérdida, no fue sencillo. Al inicio, quise hacerme la fuerte y continuar con la vida, intentando que el dolor no se me notara. No soy extrovertida, mi ansiedad social no me lo permite; sin embargo, siempre fui buena para intentar sacar a relucir comentarios hilarantes que hacían reír al resto. Reía mucho, pero en lo íntimo, sufría y hacía esfuerzos titánicos para que no se notara.

Irremediablemente, esos intentos se caían, a la coraza se le hacían grietas por donde se escapaban los sentimientos que quise reprimir. Mis síntomas salían a relucir al tener un desorden en mi cuarto que tardaba días, semanas y meses en recogese, con el insomnio, con los fines de semana sin bañarme y durmiendo hasta la una de la tarde, encerrada, con mi obsesión por la escuela, con los días donde hablaba poco o nada, con días donde me la pasaba enojada, donde me sentía apagada en la vida, existiendo sin ningún rumbo o sentido y con LA pregunta atacándome todos los días.

Para mí fortuna, siempre hay alguien que observa. Una vez, una amiga en la universidad me envío un video sobre cómo es vivir con depresión. Cuando lo vi, identifiqué todas y cada una de las experiencias descritas y entendí lo que explicaba porque es lo que yo vivía todos los días. Fue la primera vez que pensé en la posibilidad de padecer depresión.

No me sorprende que los rangos de edad en los que se registran la mayor cantidad de suicidios en México sean de los 20 a los 34 años. Este mundo se ha vuelto un lugar muy hostil en el cual vivir. Este no es el mundo en el que crecieron nuestros padres, se hacen memes sobre ello porque es la única manera de soportar la incertidumbre y el miedo a nuestro futuro. Que si nuestros padres, a nuestra edad, ya tenían una casa, familia, un auto, seguridad social, trabajo estable y hasta pensión, mientras que la mayoría de nosotras y nosotros malabareamos para poder costear una consulta médica con un especialista.

Hay otro sistema de opresión en la que reparé de manera tardía en mi etapa de adulta joven: el capitalismo. Cuando salí de la escuela, entré, casi de inmediato, al mundo laboral, desprovista, como todo el mundo, de recursos y habilidades suficientes para enfrentar aquello. Lo único que sabía hacer era trabajar y mucho, que es lo mejor que le puedes dar al capitalismo.

El golpe de realidad es duro, para cuando finalizas tus veintes es casi imposible recordar cuál era tu sueño de niña o de adolescente, qué te motivaba o qué querías para tu vida. Todo este bucle existencial te atrapa en medio de crisis mundiales, de guerras, de gente billonaria a la que nos imponen admirar, de injusticias, de un inminente cambio climático y desastres naturales, y de crisis económicas ocasionadas por la irresponsabilidad de pocos y la laxitud de los gobiernos.

En medio de todo lo anterior, una tiene que existir sin certezas; con pocas oportunidades laborales; sin seguro social; con una moneda devaluada e inflación cada año; con pocas posibilidades de acceder a una vivienda digna; con el odio hacia tu cuerpo, inseguridades, escalando la falsa pirámide de la meritocracia, mientras te preguntan si te vas a casar o si quieres tener hijos.

La segunda vez que pensé en el suicidio tenía 27 años, en esa ocasión estuve más cerca de hacerlo. Ya no atacaban preguntas, más bien eran afirmaciones que me decía todas las mañanas. La pesadez de abrir los ojos todos los días, esperando ya no abrirlos al día siguiente. Mi situación económica no era muy buena, tenía muchas deudas y un sueldo muy bajo. Me encontraba distanciada de mi familia y amistades, hacía un trabajo que no me gustaba y era uno de los momentos donde más inconforme me sentía acerca de mi cuerpo.

VI

De acuerdo con un artículo de la BBC publicado en julio de este año, hasta un 10% de las mujeres que usan algún método anticonceptivo hormonal tienen un mayor riesgo de padecer depresión. La progesterona y el estrógeno son importantes para la memoria y para regular las emociones, según señala el reportaje. Los anticonceptivos hormonales también están ligados al aumento de afecciones como la trombosis y accidentes cerebrovasculares. A pesar de ello, su uso para prevenir el embarazo es ampliamente utilizado y prescrito por especialistas ginecológicos. Toda la situación depresiva que atravesé a mis 27 años fue agudizada tras colocarme el implante subdérmico como método anticonceptivo.

Me di cuenta de que debía quitarme el implante después de que mi familia me hiciera una intervención por el temor a que me hiciera daño y cuando una amiga me dijo, llorando y consternada, que temía que la próxima vez que supiera de mí, sería porque yo estaba muerta. En mi cabeza, pensar en los demás equivalía a que si yo no existía ellas y ellos estarían mejor. No hay ningún pensamiento racional, sólo el enorme deseo que deje de doler, que dejes de pensar, de sentir, de tener que resolver, hacer, trabajar, existir porque las pequeñas cosas como comer o hasta dormir costaban muchísimo.

El mundo se veía nublado, sólo veía la densa niebla, así que no hay manera de que encuentres una solución, incluso a los problemas que parecen sencillos de resolver. De verdad, aunque parezca una decisión egoísta, dentro parece ser el camino para aliviar el dolor de otros. La gente suele decir que el suicidio es la solución “fácil” y que es un acto de cobardía, como opinaron todos mis compañeros de la clase de filosofía en el bachillerato, cuando el profesor nos cuestionó cómo considerábamos ese acto. Yo disentí del resto.

Para mí, incluso a esa edad, donde ya se gestaban esos pensamientos, parecía un acto de valentía, porque una en ese estado, a diferencia de lo que se cree, piensa en millones de cosas y de personas. Se piensa, también, en lo que se deja, a lo que se renuncia, no es una decisión fácil. Sé que esto que escribo podrá ser difícil de leer para las familias y amistades que han perdido a un ser querido de esta forma y mi intención no es excusar o romantizar el suicidio, sino ofrecer una perspectiva y una mirada a lo que se siente estar del otro lado; la desesperación y el dolor por el que se atraviesa.

Aquel año, 2017, retomé la terapia psicológica, gracias a la ayuda, el interés y los cuidados de personas que quisieron quedarse cerca en esa oscuridad que yo era. Meses después de iniciar la terapia, me quité el implante subdérmico.

VI

De acuerdo con el sitio Statista, en 2023, los países con mayor tasa de suicidio en el mundo fueron: Corea del Sur, Lituania y Eslovenia. Algunas otras fuentes, difieren sobre los puestos dos y tres; no obstante Corea del Sur encabeza las listas de cualquier referencia que se consulte.

Conocí a Mateo en 2012, fue el primer jefe que tuve en mi vida laboral. Nunca supe su nombre real, se cambió el nombre al llegar a vivir a México porque decía que era muy difícil de pronunciar para los mexicanos. Mateo es una de las personas que más ha marcado mi vida. No trabajé mucho tiempo con él, pero en ese corto periodo me enseñó muchas lecciones de vida que conservo hasta hoy.

En un principio, me intimidaba trabajar con él por su origen extranjero y porque él no sabía hablar muy bien español y yo temía no comprenderlo. Luego, se reveló como un líder comprensivo, empático y cálido. Su personalidad contrastaba bastante con el resto de los socios de la empresa e, incluso, de otras personas de origen surcoreano con quienes trabajábamos en el lugar. Aunque era serio, mi hermana, quien trabajó mucho más tiempo con él, y yo lográbamos sacarle risas y sonrisas. Mi hermana ganó su confianza y se convirtió en su mano derecha. La lealtad y el esfuerzo de ella casi siempre fueron recompensadas por Mateo.

Mi hermana y yo le teníamos cariño y nos preocupaba. Mateo llegaba a la oficina y era el último en marcharse. Trabajaba demasiado, a penas y comía y, constantemente, viajaba a Seúl a hacerse chequeos de salud. Honestamente, a mí me parecía que llevaba toda la responsabilidad financiera de la empresa y, muchas veces, lo vi preocupado al respecto. Yo deseaba que, con mi nula experiencia laboral, pudiera ser de ayuda para aligerar un poco su carga y creo que mi hermana pensaba lo mismo.

En aquel entonces la cultura surcoreana no era tan popular como ahora. Lo único que yo sabía de Corea del Sur era lo que nos contaba Mateo y otra compañera coreana bastante más adaptada a vivir en México. Con esa poca información, supe que Mateo había llegado al país para conseguir la vida que nunca pudo alcanzar en su lugar de origen, debido a las altas exigencias y expectativas de la sociedad en la que vivía.

Cuando decidí renunciar para buscar oportunidades en mi área de estudio que me acercaran, según yo, a mis sueños, me dio mucho miedo decirle. No quería que lo tomara como una ingratitud de mi parte porque yo le estaba sumamente agradecida por haber confiado en mí y haberme dado mi primera oportunidad laboral, cuando la única referencia que tenía mía era mi hermana.

Al platicarle los motivos me escuchó atento. No sé si era parte de su personalidad o la barrera del lenguaje, pero era muy bueno escuchando. Se comportó muy comprensivo y me apoyó. Me respondió que él me consideraba parte de su familia, como mi hermana, y que yo siempre tendría trabajo con él, eso me conmovió muchísimo. Sin que yo lo pidiera o esperara, me dio una generosa liquidación y me brindo una de las más importantes enseñanzas en mi vida profesional cuando me preguntó: “¿Qué aprendiste?”. Yo comencé a enlistarle una serie de tareas técnicas que había aprendido. Negó con la cabeza y me dijo en un atropellado, pero especial español: “Lo más importante es lo que aprendiste trabajando con personas. En todos los lugares es igual, lo más importante es cómo tratar a la gente”.

VII

El suicidio es la principal causa de muerte en Corea del Sur de entre personas de 10 a 39 años, reportó la BBC Mundo en un artículo publicado en noviembre de 2023. Me enteré de la muerte de Mateo unos cuatro años después de renunciar a ese empleo y de perderle la pista, ya que mi hermana también había salido de trabajar de ahí.

Una persona que colaboró en la empresa y con quien se reencontró mi hermana le contó: Mateo había enviado a su familia a Corea del Sur con la promesa de reunirse después, cosa que no sucedió porque se suicidó en su casa en Ciudad de México. No pude evitar soltar las lágrimas cuando me platicó. Mi hermana y yo nos abrazamos, lastimadas por no haber logrado estar en la vida de Mateo y ser la familia que él nos consideró.

Hay días en que voy a la Zona Rosa, una colonia de esta ciudad donde hay una gran cantidad de restaurantes y tiendas coreanas abarrotadas de gente entusiasta del k-pop, y no puedo evitar pensar en Mateo. Intento imaginar qué hubiera dicho al saber que la gente ya conocía más que el Gangnam Style, la canción viral de 2012 interpretada por el artista surcoreano PSY. Si, quizá, se le hubiera ocurrido algún negocio y si yo, al fin, hubiera conocido su nombre real ahora que hacemos el esfuerzo de pronunciar los nombres correctamente.

Desconozco qué de todo lo que vivió lo orilló a tomar esa decisión y no lo juzgo. Me duele haberlo conocido y saber cómo terminó su vida sin que yo pudiera hacer un diez por ciento de lo que él hizo por mí, sin poder expresarle lo importante que han sido sus enseñanzas en mi vida. Tal vez, nada de eso hubiera cambiado su sentir, pero así como, a veces, le hablo a mi mamá, sin la certeza de que me escuché en otro plano, también le hablo a Mateo cuando me las veo difícil en el trabajo porque es uno de mis pocos ejemplos, sino es que el único, de un jefe que intentó ser humano.

VIII

Tomé sesiones de psicoanálisis por cuatro años, desenredando experiencias del pasado y encontrando patrones o explicaciones, haciéndome las preguntas adecuadas y no las incisivas. No es la solución, ni la panacea. Las terapias funcionan en la medida en la que una tiene, por lo menos, el deseo de sentirse mejor, cuando reconoces que esto que sientes no es pasajero, no se aliviará sólo con palabras de ánimo, recogiendo tu cuarto, comiendo verduras o haciendo las tareas cotidianas. Avanzas, al reconocer que vives con una enfermedad que, lamentablemente, sigue en el tabú, donde no hay una tomografía que brinde un diagnóstico preventivo de este padecimiento; que no se entiende en espacios laborales y, muchas veces, tampoco en los familiares.

Más adulta me enteré sobre el historial de salud mental en mi familia. Supe que hay familiares que se encuentran en tratamientos psiquiátricos. Fue un shock saberlo, si hubiera tenido conocimiento, a lo mejor, no me habría sentido tan fuera de lugar, pero tampoco me aseguraba nada porque en mi familia poco o nada se hablaba sobre cómo nos sentíamos y es algo que se ha tenido que trabajar poco a poco.

La tercera vez que los pensamientos suicidas aparecieron fue hace dos años e inmediatamente supe que no iba a poder sola. Con todo mi pesar decidí darles una oportunidad a los medicamentos psiquiátricos, pues les tenía estigma y prejuicio.

IX

Me sentía en el límite, pensando o trayendo a mi mente recuerdos, experiencias y dolores del pasado que se juntaba con las vicisitudes actuales. Era incapaz de racionalizar estos sistemas de opresión de los que ya he hablado y que coadyuvan a que las personas continúen sintiéndose tristes, desesperanzadas y enfermas.

No podía dormir y tenía esos comportamientos destructivos como comer poco o darme atracones de comida. Los ataques de ansiedad y pánico mantenían a mi cuerpo enfermo. Fue por todo ello que decidí medicarme con acompañamiento terapéutico, porque quizá no bastaba con hablar, desentrañar, reflexionar y cuestionarse, probablemente, mi cerebro necesitaba ayuda a nivel químico.

Empecé tomando escitalopram, luego venlafaxina y terminé tomando fluoxetina. Esta es mi experiencia y para nada invalida el resto que tienen las personas que están en tratamientos psiquiátricos, pero yo descubrí que la medicación tampoco era la solución a todos los problemas. No era una píldora mágica que me hacía ver el mundo más bonito o encontrarle sentido. Pasé de sentir demasiado, tanto, tanto que todo se me escurría como agua entre los dedos, a no sentir absolutamente nada, ni tristeza, ni felicidad.

En ocasiones, el medicamento me adormecía tanto que el menor ruido me exaltaba; otras, recibía noticias emocionantes, como que mis textos eran leídos y bien recibidos y yo no sentía nada, sólo existía, sin ninguna motivación y emoción. No sé si fue la elección de los medicamentos, las dosis, la praxis de la médica con la que acudí, pero para una persona cuyas pasiones y gustos implican tanto el sentir, se me estaba haciendo insostenible.

X

Varios meses después de comenzar a tomar la fluoxetina comencé a ver y sentir cambios físicos: subí considerablemente de peso, sentía mucho agotamiento, no podía concentrarme y despertaba con vértigo y escalofríos todas las mañanas.

Quizá, puedan adivinar cuál fue el síntoma físico que más me angustió. El aumento de peso hizo mella importante en mi dismorfia corporal y el rechazo generalizado hacia mi cuerpo. Comencé a preocuparme porque, en algún punto, sospeché que el momento había llegado, que estaban por diagnosticarme problemas de presión arterial debido al largo historial en mi familia con esa enfermedad.

Acudí con una médica internista que me hizo un chequeo general, pero no logró asociar mis síntomas con una enfermedad de forma concluyente, por lo que puso en mi expediente como diagnóstico: “sobrepeso”, ya que era la única manifestación visible y eso terminó por destruir la autoestima que tantos años me había costado construir.

Me mandó a hacer varios estudios para encontrar la causa que reuniera todo lo que le había explicado que sentía. Los resultados del perfil tiroideo llevaron al diagnóstico de hipotiroidismo. Este padecimiento tiene otros signos más notorios como el aumento de peso, el incremento del bocio, la piel seca o problemas gastrointestinales, como la constipación.

XI

La glándula de la tiroides es uno de los órganos más importantes para el ser humano. La tiroides es esencial para mantener al cuerpo funcionando correctamente y las hormonas tiroideas ayudan a regular el estado de ánimo. El hipotiroidismo sucede cuando dichas hormonas no se producen de forma suficiente; en consecuencia, disminuye la producción de serotonina, lo que provoca un mayor riesgo de padecer o agudizar la depresión.

No hay información suficiente, ni ampliamente difundida aún sobre la relación entre el uso de antidepresivos con la afectación a la glándula tiroidea, pero sí es un tema que se ha estudiado. Antes, me había hecho uno o dos perfiles tiroideos en mi vida, sin que se me detectara alguna irregularidad que indicara tener problemas. No descarto la posibilidad de que el consumo de alguno de los antidepresivos y ansiolíticos que me prescribieron haya ocasionado mi irrevertible problema con la tiroides que concluyó en mi medicación de por vida de levotiroxina.

Tras ser diagnosticada, contacté por mensaje a mi terapeuta/psiquiatra para comentarle sobre la situación y conocer si consideraba que hubiera alguna relación causa-efecto entre el medicamento y mi problema de tiroides. Nunca me contestó. Dejé de tomar la fluoxetina meses después y empecé a sentirme mejor física y emocionalmente, sin estar adormecida todo el tiempo.

XII

No digo que lo he vencido del todo. Me hice de herramientas y continúo recolectando y aprendiendo estrategias que, a veces, funcionan y otras no. Sé que vivo con dos enfermedades: el hipotiroidismo y la depresión, pero me convenzo de que soy mucho más que eso.

Hace tiempo, una contacta de Facebook me comentó una publicación que hice respecto al consumo de antidepresivos y lo mal que me sentía. Ella me dijo que yo no era mi depresión, sino que la depresión, en ese momento, habitaba en mí. No encuentro otra mejor forma de describirlo que esa. Me ha ayudado mucho hablar amplia y abiertamente del tema, explicarle a mis amistades y a mi familia cómo se sienten las temporadas donde la depresión me habita.

Me pasó recientemente y esta es una forma de ponerlo en palabras. Iba camino a una clase de ejercicio, había tenido un día regular, como todos, últimamente. Me emociona tomar mis clases para ejercitarme, estaba lloviendo y esperé en la puerta de la entrada del edificio para que pasaran los coches y evitar que me mojaran. Me puse mis audífonos y puse una canción que había estado escuchando mucho. De repente, una densa nube gris llegó y me atravesó, como si me hubiera atropellado. Todo mi estado de ánimo cambió de un momento a otro porque me llegó un recuerdo melancólico que me condujo a un pensamiento triste: no haber podido proteger a mis sobrinos y sobrinas de lo duro que es crecer. El nudo en la garganta subió y mis ojos se llenaron de lágrimas que no pude contener. Los días siguientes estuve muy triste pensando en aquello, pero siendo la adulta medio funcional que te exige el sistema.

No voy a mentir, esa experiencia que acabo de relatar sucede en mi vida más de lo que me gustaría admitir. A veces, todavía llegan esos pensamientos, los siento y los escucho desde el fondo de mi cabeza, los que me invadieron esas tres ocasiones. Los reconozco, me detengo y hago el esfuerzo por racionalizarlos, recordar los sistemas de opresión. Comienzo a escuchar música para hacer catarsis, para llorar o cantar, escribir, lo que me ayude a ahuyentarlos.

Para mí, la depresión es un monstruo en mi armario con el que tengo que hacer tregua y mantenerlo a raya, sé que no se va a ir. Es como el ser de la película The Babadook, para quienes tengan el gusto por el cine de terror, me entenderán. De hecho, le escribí un cuento de horror a mi depresión y fue la primera vez que pude narrar cómo se sintió desde el primer momento.

Si tú o alguien que conoces vive una experiencia similar sepan que no están solas o solos, aunque así se sienta, parece ser que en la inmensidad del vacío, la desazón, el desconcierto, el miedo, las preocupaciones, una está sola. Incluso, aunque sepas que el mundo sufre, te sientes muy sola o solo en este sentimiento, pero no es así.

Si necesitas desahogarte, puedes escribir en este espacio, aunque no quieras leer un consejo o palabras de aliento. Pero si tuviste el deseo o reconociste que esto que sientes te está sobrepasando, al final de este texto, dejo una lista de líneas de emergencia y organizaciones que pueden ayudarte. Animo a que lectoras y lectores, si lo desean, alimenten esta lista para que más gente pueda llegar a la ayuda que necesita.

Quiero cerrar esto, agradeciendo y reconociendo a las personas de mi círculo: a mis amigas, a mis amigos, a mi familia, compañeras, conocidas que de una u otra forma han empatizado y se han encontrado cerca. Esta oscuridad es muy difícil y abrumadora para las personas que tienen amistades con cualquier enfermedad mental, gracias por ayudarme a ver el lado luminoso y abrazar el lado oscuro de mi ser.

Líneas de ayuda

Internacional

Línea de prevención de suicidio y crisis

https://988lifeline.org/es/chat

México

¡Sí a la vida!

55 5533 5533

Línea de la vida

CONADIC

800 911 2000

Contacto Joven

IMJUVE Apoyo Psicoemocional a jóvenes

+52 55 7900 9669

Locatel Consejería Psicológica para el Bienestar Mental

55 5658 1111

Centro ELEIA

https://centroeleia.edu.mx

Sorece A.C. (Atención psicológica feminista)

Bienestar emocional jóvenes UNAM

https://www.dgire.unam.mx/webdgire/contenido_wp/documentos/bienestar-emocional/bienestar-emocional-jov.html#apoyo

Línea UAM de prevención de suicidios

https://lineauam.uam.mx/lineauam_dep01.htm

Información relevante para amistades y familiares

https://www.nimh.nih.gov/health/topics/espanol/prevencion-del-suicidio

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