No recuerdo que de niña me gustara el deporte. Era muy quieta y tímida, no era de esas niñas que saltaban de un lado a otro o que regresaran a casa llenas de tierra, lodo y raspones.
Descubrí desde muy pequeña dos cosas: no era buena para la actividad física o los deportes y no era buena en matemáticas. Hacía, sin mucho ánimo, los ejercicios de calentamiento y aeróbicos básicos que ponían en clase de educación física, pero nunca participé en las retas entre compañeros o en torneos de equipos.
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